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Chapter 2 - El Despertar del Poder Dormido

A la mañana siguiente, Yukari solicitó ver a la Séptima Orden, la Orden de Azran.

En el patio de entrenamiento del castillo, los caballeros formaron filas frente a ella, con expresiones que oscilaban entre la duda y el escepticismo. Eran soldados endurecidos por la guerra, veteranos que no se dejaban impresionar con facilidad.

—¿Ella es quien nos liderará? —murmuró uno.

—Parece más una noble que una comandante —susurró otro.

Yukari ignoró los comentarios. Dio un paso al frente, su mirada firme como el hielo.

—Muéstrenme sus magic weapons.

Los soldados se miraron unos a otros, confundidos, pero finalmente obedecieron. Desenfundaron sus armas: espadas, lanzas, hachas y arcos, cada una con un núcleo mágico latiendo en su interior.

—Estas armas son poderosas —dijo Yukari, caminando entre ellos—, pero están dormidas. Ustedes no están escuchándolas.

Se detuvo frente a un joven soldado. Sin pedir permiso, tomó su espada y cerró los ojos.

Un aura azul envolvió el arma. El aire se volvió más denso, más frío. De pronto, la hoja se cubrió de hielo y una energía desbordante estalló desde ella, empujando a los presentes hacia atrás con una ráfaga invisible.

—¡¿Qué fue eso?! —exclamó un soldado.

Yukari abrió los ojos, que brillaban con una intensidad sobrenatural.

—Las magic weapons no son herramientas. Son extensiones de su alma. Solo cuando logren sincronizarse con ellas, despertarán su verdadero poder.

Por primera vez, el silencio de los caballeros no fue de escepticismo, sino de respeto.

—Si quieren sobrevivir a esta guerra —concluyó—, deberán aprender a luchar con el alma, no solo con el cuerpo.

La Llamada a la Guerra

El amanecer aún no había llegado, pero el frío ya cortaba la piel como cuchillas invisibles.

Los soldados de la Orden de Azran estaban en formación. En el centro del campo de entrenamiento, Yukari se mantenía erguida con su manto blanco danzando al viento.

—Desde hoy —anunció—, olviden todo lo que creen saber sobre combate.

Nadie protestó.

—Las magic weapons no son meras herramientas. Son entidades vivas. Y hasta ahora, las han usado mal.

Alzó su mano. Una lanza de hielo puro se materializó con un destello gélido.

—Conectar con su arma no es una técnica. Es una verdad que deben descubrir dentro de ustedes.

Clavó la lanza en el suelo. El impacto generó una onda de escarcha que se extendió por todo el campo. Los soldados sintieron un escalofrío recorrerles el cuerpo. No era el clima... era su propia magia, reaccionando.

—Cierren los ojos. Escuchen. Sientan. Háblenle a su arma.

El silencio se volvió solemne.

Uno a uno, los guerreros empezaron a sentir algo. Un cosquilleo. Una chispa. Un pulso.

—¡Lo siento! —gritó un joven, mientras su espada brillaba con luz azul. Antiguos símbolos mágicos emergieron en la hoja, como si siempre hubieran estado ahí, esperando ser despertados.

Yukari asintió con una leve sonrisa.

—Ese es el primer paso.

El Filo del Alma

El entrenamiento fue despiadado.

Yukari no solo les enseñaba a blandir sus armas. Les enseñaba a convertirse en uno con ellas.

Algunos soldados liberaron fuego, otros velocidad. Unos pocos incluso manifestaron armaduras de energía pura. Pero no todos tuvieron éxito.

—¡No puedo! —gritó un soldado, arrojando su lanza al suelo.

Yukari se acercó, recogió la lanza y le preguntó:

—¿Por qué quieres pelear?

—Por el reino… por la gente —respondió él, inseguro.

Ella negó suavemente.

—Eso es lo que te enseñaron a decir. Pero… ¿por qué tú peleas?

El joven guardó silencio. Cerró los ojos. Recordó a su hermana pequeña, a su madre enferma, a su promesa de volver vivo.

Cuando los abrió, la lanza vibraba en sus manos. Un resplandor dorado la envolvía. Pequeños rayos la recorrían como si despertara de un largo sueño.

Yukari asintió.

—Ahora si estás listo.

La Primera Batalla

Las murallas de Azran se erguían como un último bastión frente al fin.

Desde una torre, la princesa Airi observaba con serenidad fingida. En la lejanía, una marea negra y dorada se acercaba.

El Imperio de Iskers.

A la cabeza, montado en un corcel oscuro, el General Kael von Iskers sonreía con desprecio.

—¡Ríndanse! Eviten un derramamiento de sangre innecesario.

En lo alto de las murallas, Yukari emergió con su manto blanco y sus cabellos plateados ondeando con el viento.

—¿Rendirnos? —repitió con una sonrisa helada—. Ya hicimos nuestra elección.

Kael alzó la mano.

—Entonces, no habrá clemencia.

El suelo tembló bajo el avance de miles de soldados. Pero antes de que llegaran a las murallas…

—Ahora —ordenó Yukari.

Desde las sombras, los Kōri no Kage atacaron sin ser vistos. Docenas de enemigos cayeron en silencio.

Desde las alturas, los arqueros dispararon. Los magos conjuraron tormentas. Y en el frente, los caballeros de la Séptima Orden liberaron el poder completo de sus armas.

La guerra había comenzado.

Y el Reino de Azran no pensaba caer sin pelear.

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