Luego de recorrer el palacio por un tiempo, ambas llegaron a una sala amplia y luminosa. En el centro, una mesa larga y elegantemente tallada en madera blanca las recibía con una variedad de platos humeantes y frutas de colores vibrantes, algunas de formas tan inusuales que Yukari entrecerró los ojos, intrigada pero cautelosa.
Los aromas eran dulces, especiados y completamente desconocidos para ella, como si cada uno viniera de un mundo distinto.
Amira se volvió hacia Yukari con una gran sonrisa y le dijo:
—¡Aquí es donde suelo comer cuando Ryujin no está! La comida siempre aparece sola… como por arte de magia. Aunque no siempre sabe igual… depende mucho del humor del palacio.
—¿Del humor del palacio...? —preguntó Yukari, alzando una ceja con escepticismo mientras observaba una fruta lila que pulsaba suavemente, como si respirara.
—Ajá —asintió Amira con orgullo, mientras se sentaba en uno de los cojines junto a la mesa—. Este lugar está vivo. Tiene conciencia, sentimientos… A veces es amable, otras veces, no tanto. Pero hoy parece feliz de tenerte aquí.
Yukari observó los platillos con una mezcla de asombro y desconfianza. Aquel banquete parecía sacado de un sueño, o tal vez de una ilusión demasiado bien construida. Se sentó con cuidado frente a Amira, sus ojos recorriendo cada detalle con atención, como si buscara algún indicio oculto de peligro.
—Esto es… extraño —murmuró finalmente—. Aunque supongo que a estas alturas ya nada debería sorprenderme.
Soltó un suspiro, entre divertida e intrigada.
—No sé si todo esto es realmente comida… o una trampa demasiado bien decorada.
Amira soltó una risita y tomó un pequeño fruto azul brillante entre sus manos.
—No te preocupes, nada aquí está envenenado… Bueno, al menos no para quienes poseen sangre celestial.
—Muy tranquilizador —respondió Yukari con ironía, antes de tomar una pieza de pan con formas redondeadas y un ligero resplandor nacarado—. Aunque no estoy segura de que mi estómago esté tan convencido como yo.
Llevó el pan a su boca con cautela. Para su sorpresa, el sabor era suave, con un toque dulce que le recordaba a las flores que había olido en el jardín al cruzar el puente. No sabía si aquello era parte de la magia del lugar o simple nostalgia, pero le resultaba extrañamente reconfortante.
—¿Y bien? —preguntó Amira, observándola con curiosidad infantil—. ¿A qué te supo?
—A hogar —respondió Yukari sin pensarlo, y enseguida frunció el ceño, extrañada por sus propias palabras—. Qué raro… No sé por qué dije eso.
Amira la miró en silencio por un momento, con una expresión más seria de lo habitual. Luego sonrió y se inclinó hacia ella con complicidad.
—Tal vez este lugar te resulte más familiar de lo que crees.
Yukari la observó sin responder, sus pensamientos girando en direcciones que no sabía cómo controlar. Era como si algo en el fondo de su memoria intentara despertar, como una melodía lejana que conocía, pero no recordaba del todo.
—Dime, Yukari —dijo Amira en voz baja, con un tono casi solemne—, ¿alguna vez has soñado con este lugar… antes de llegar aquí?
Yukari no respondió de inmediato. Sus dedos jugueteaban con los palillos, mientras su mirada se perdía en los reflejos nacarados de la mesa. La pregunta de Amira flotó en el aire como una brisa suave, pero cargada de un peso extraño, como si hubiera removido algo que llevaba mucho tiempo dormido.
—Soñar… —murmuró finalmente—. A veces tengo visiones, fragmentos sin forma. Lugares que no reconozco, pero que me resultan... incómodamente cercanos.
Amira la observó con atención, como si intentara leer más allá de las palabras.
—Tal vez no sean simples sueños —dijo, casi en un susurro.
Yukari alzó la vista, y en sus ojos no había miedo, sino una calma inexplicable, como si ya hubiera hecho las paces con no entenderlo todo.
—Quizás no. Pero tampoco estoy segura de querer saber lo que significan.
Fue entonces cuando Amira se enderezó, dejando a un lado su expresión juguetona. Había algo en la forma en que el silencio las rodeaba, en cómo el resplandor del salón parecía atenuarse, como si el propio palacio escuchara en silencio.
Luego de esto, Amira tomó un pequeño fruto de tonalidades moradas y lo colocó en el plato de Yukari con una sonrisa traviesa.
—Este es uno de mis favoritos. Cambia de sabor según tu estado de ánimo… Así que será fácil saber si estás diciendo la verdad —bromeó, ladeando la cabeza con picardía.
Yukari la miró con una expresión serena, aunque una chispa de desconfianza brillaba en sus ojos.
—¿Qué pasa si alguien no tiene emociones? —preguntó mientras pinchaba el fruto con los palillos. La pregunta parecía inofensiva, pero escondía más de lo que dejaba ver.
—Eso sería muy aburrido —respondió Amira, llevándose una mora púrpura a la boca—. Pero tú no eres así, aunque lo intentes.
Yukari bajó la mirada, observando cómo la superficie del fruto parecía latir levemente, como si respirara. Luego lo llevó a su boca y lo mordió con suavidad. Al instante, un sabor fresco, parecido al del rocío al amanecer, se esparció por su lengua. No era dulce ni ácido, sino algo en medio, difícil de definir.
—¿A qué sabe? —preguntó Amira, apoyando la barbilla sobre sus manos, con los ojos brillando de curiosidad.
—A silencio —respondió Yukari, como si buscara una palabra más precisa pero no la encontrara.
Amira parpadeó, sorprendida.
—Eso es… poético. O inquietante. No lo decido aún.
—Ambas cosas pueden convivir —dijo Yukari sin mirarla, y luego tomó otro bocado.
Durante un instante, el silencio se instaló entre las dos, solo interrumpido por el leve murmullo del aire que recorría la sala. Había algo en Yukari que parecía contener secretos enterrados muy hondo, más allá de las palabras. Y aunque Amira deseaba saber más, también entendía que algunas cosas debían revelarse por sí solas, a su debido tiempo.
—Me alegra que hayas venido —dijo finalmente con una sonrisa más suave—. Aunque no sepa todo de ti… me caes bien, Yukari.
La chica del cabello blanco la miró de reojo, y por primera vez en mucho tiempo, sus ojos parecieron descansar.
—Gracias, supongo… Aunque no sé cuánto tiempo me quede aquí.
—El tiempo aquí es diferente —murmuró Amira—. Puede estirarse, doblarse o perderse. Pero si tú estás aquí… significa que algo importante está por comenzar.
Yukari no respondió. Solo siguió comiendo en silencio, como si cada bocado le permitiera asimilar algo que su mente aún no estaba lista para entender.