El grupo estaba ocupado lidiando con los cuerpos, el ambiente impregnado de pena y muerte.
—¿Oigan, qué hacen? ¡Aquí van los caminantes! —se escuchó la voz de Glenn.
Giré hacia ellos y vi a Morales y Daryl arrastrando el cuerpo de uno de los nuestros.
—Todos están infectados —respondió Daryl con indiferencia, dejando claro que, para él, no había diferencia entre vivos y muertos una vez que sucumbían.
—Nuestra gente va allá, no los quemamos, los enterramos —dijo Glenn con evidente angustia.
—Eso no es una buena idea —intervine, atrayendo las miradas—. Daryl tiene razón. Todos estamos infectados. Si los entierran, la tierra que pisan se contaminará con el tiempo.
—Solo están perdiendo el tiempo —soltó Merle con una sonrisa burlona—. Todos están muertos, no hay diferencia.
Glenn apretó la mandíbula, sin querer aceptar la lógica detrás de nuestras palabras. Pero antes de que pudiera responder, la voz de Jacqui nos interrumpió.
—¡Lo mordieron! ¡Un zombi lo mordió! —gritó, alejándose de Jim.
Todos se acercaron de inmediato. Jim intentó resistirse, pero entre varios lograron sujetarlo. Cuando le levantaron la camisa, la marca de la mordida lo dijo todo.
—Estoy bien… estoy bien… —repetía una y otra vez, como si al decirlo lo hiciera realidad.
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Nos reunimos en torno a Jim para discutir qué hacer con él. La tensión era evidente.
—Démosle un hachazo y terminemos con esto —dijo Daryl con frialdad.
—Ese hombre ya está muerto desde el momento en que lo mordieron —secundó Merle con fastidio. Sus ojos recorrieron al grupo hasta encontrarse con los míos. Su odio hacia mí era claro. No había superado lo que ocurrió en Atlanta, pero gracias a Daryl se había mantenido controlado… hasta ahora.
—¿Les gustaría eso? ¿Que les hagan lo mismo? —espetó Shane, lanzando una mirada dura a los Dixon.
—Sí. Y se los agradecería —contestó Daryl sin titubear.
—Es mejor eso a terminar como uno de esos malditos monstruos —añadió Merle con desprecio hacia los caminantes—. Aunque dudo que me vean en esa situación.
—Odio decir esto… nunca pensé que lo haría, pero creo que tienen razón —intervino Dale, con pesar en la voz.
—Jim no es un monstruo, Dale —replicó Rick, firme—. Es un hombre enfermo. Si empezamos con esto, ¿dónde trazamos la línea?
—La línea es clara: cero tolerancia para los caminantes o futuros caminantes —sentenció Daryl, sin darle vueltas al asunto.
—Ahora es un hombre enfermo, pero pronto será solo otro de ellos —habló Morgan, su voz cargada de nostalgia. Pensaba en su esposa, en cómo la había visto transformarse. Lo entendía demasiado bien—. No hay cura.
—Escuché que el CDC estaba buscando una… —Rick no quería darse por vencido—. Tal vez la encontraron. Quizá podríamos ayudarlo.
Algunos en el grupo se miraron entre sí, inseguros. Morgan suspiró.
—Eso fue antes de que todo se fuera al infierno —respondió Shane, frustrado.
—Podría haber una oportunidad. El CDC es nuestra mejor opción: refugio, comida, protección —insistió Rick.
—Si existe algo así, está en Fort Benning —intervino Shane, cruzándose de brazos.
—Eso está a kilómetros, en dirección contraria —señaló Lori.
—Exacto. Y lejos de la zona de riesgo —contraatacó Shane.
Daryl resopló, evidentemente harto. Apretó el pico que llevaba en las manos y caminó hacia Jim.
—Ustedes pueden seguir buscando aspirinas. Alguien tiene que tener las agallas para hacer lo necesario —dijo antes de alzar el arma.
Rick se movió rápido, apuntando su pistola a la cabeza de Daryl.
—¡Ey! No matamos a los vivos.
Daryl sonrió con burla.
—Es gracioso que lo diga alguien que me apunta a la cabeza.
El sonido de un arma cargándose puso a todos en alerta.
—¿A quién crees que le estás apuntando? —Merle estaba tras Rick, su pistola lista.
Shane no dudó en levantar su rifle y apuntarle a Merle. La tensión creció en segundos.
Exhalé con cansancio. Ya era suficiente. Rápidamente, desenfundé mis armas y apunté una a Rick y otra a Shane.
El ambiente, que ya estaba tenso, pareció congelarse. Rick me miró en shock, claramente sin esperarse esto de mí.
—Dejen de comportarse como malditos idiotas —dije con irritación—. ¿Qué demonios creen que están haciendo? ¿De verdad después de que los Dixon les dieron de comer van a apuntarles por un hombre que está a un paso de convertirse en un caminante?
La sorpresa en los rostros de Daryl y Merle fue evidente. Y no solo la suya; los demás también parecían incómodos, como si recién recordaran la contribución de los hermanos a la supervivencia del grupo.
—Bajen las armas y discutamos esto… —mi tono fue más serio, con un leve matiz burlón—. O podemos averiguar qué bala es más rápida.
Morgan fue el primero en reaccionar.
—Daniel tiene razón. Esto no tiene sentido —dijo con calma, pero con firmeza.
Poco a poco, las armas bajaron. Pero el aire seguía cargado de tensión.
Sabía que esto no se había terminado.
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Al final, todos se dispersaron, intentando aliviar la tensión en el ambiente y darse un respiro.
Carol se encargó de Ed, destrozándole la cabeza con el pico que Daryl le había dado. Él se quedó a un lado, observándola con cierta incomodidad, ver esa brutalidad inesperada lo hizo fruncir el ceño.
Morgan se acercó a mí, con la mirada fija en Carol, pero su pregunta claramente iba dirigida a otra cosa.
— ¿Y tú qué harás? —preguntó, su tono tranquilo, pero inquisitivo.
Sabía que Morgan no era como Rick. Rick aún intentaba aferrarse a la moralidad, a la idea de que las cosas podían ser como antes, mientras que Morgan, aunque sabía convivir con el grupo, había aprendido por las malas que la supervivencia no permitía debilidades. La muerte de su esposa lo había cambiado, y ahora todo en él giraba en torno a proteger a Duane.
— Jim es un caso perdido —dije con sinceridad—. Pero Rick tiene razón en algo: ir al CDC podría ser una buena idea. No por una cura, sino por información, comida y armas.
Morgan asintió lentamente, sin comprometerse con una respuesta inmediata. Sabía que no había esperanza para Jim, pero también entendía el valor de un refugio con suministros. Miró a su hijo, que jugaba a unos metros de distancia, y suspiró.
— Si hay algo útil ahí, vale la pena echar un vistazo —dijo finalmente, su mirada seria—. Pero si no encontramos nada, más vale que tengamos un plan B.
Morgan era un hombre que respetaba. A diferencia de otros, aún mantenía su humanidad sin dejar de ser pragmático. Sus decisiones eran calculadas, siempre con Duane en mente. Cauteloso, pero razonable. Era de los pocos que realmente se centraban en la supervivencia sin perder completamente el sentido de lo que era correcto.
Nos alejamos, cada uno sumido en sus pensamientos. Yo tenía claro que, en este mundo, las decisiones eran simples: matar era necesario. Aferrarse a sentimentalismos o a una moralidad obsoleta solo traería muerte. La humanidad podía ser un lujo en algunas situaciones, pero en otras, una debilidad fatal.
El grupo era tal como lo recordaba, una mezcla de potencial y vulnerabilidad. Si bien muchos murieron temprano en la serie, con la guía correcta podían convertirse en un grupo fuerte y estable. No me interesaba liderar. Rick era la opción natural, pero su moralidad mal enfocada lo haría caer antes de tiempo.
Sin embargo, no planeaba simplemente observar cómo todo se desmoronaba. Si quería que las cosas se inclinaran a mi favor, tendría que intervenir de manera discreta, darles un impulso sin que notaran que los estaba empujando en la dirección correcta. Si lo aceptaban, bien. Si no, cada quien viviría o moriría según sus propias decisiones.
Pensé en el CDC. No buscaba una cura, eso era una fantasía. Pero sí me interesaban sus recursos. La seguridad del lugar significaba que los militares debieron haber almacenado provisiones, medicamentos y armas. Con la cantidad de empleados que había antes del colapso, la comida debía ser abundante. El único problema era el sistema de bloqueo y la falta de combustible, que eventualmente haría que todo explotara.
Yo no tenía necesidad urgente. Mi auto estaba lleno de suministros, suficiente para mantenerme sin preocupaciones. Pero el resto del grupo no tenía la misma suerte. La escasez de provisiones era evidente, y eso, a largo plazo, sería un problema.
No porque me importara su bienestar, sino porque la supervivencia no se trataba solo de lo que tenía, sino de lo que podía conseguir.
Un grupo con recursos era, en esencia, mi propia tienda de suministros ambulante. Si ellos tenían algo que yo necesitara en el futuro, sería mejor que lo poseyeran a que todo se desperdiciara o terminara en manos de incompetentes.
Si todos tenían lo suficiente para vivir, habría menos tensión. Más estabilidad. Y eso significaba que yo podría moverme con más libertad sin preocuparme de tener que cargar con su incompetencia.
Un beneficio mutuo… o más bien, un beneficio para mí.