Cherreads

Chapter 8 - Un tratado de hermanos

El rey disfrutaba del festival junto a nosotros, su presencia envuelta en la calidez de la celebración. Como su guardia personal, mi padre debía permanecer a su lado en todo momento. No me molestaba; después de todo, era su deber. Sin embargo, no podía evitar pensar que debería pasar más tiempo con su propia familia.

Si es que la tenía.

Había oído, en una conversación que no me concernía pero que igualmente capté, que la hija del rey no estaba en el reino y que su esposa… bueno, ahí la información se desvanecía en un incómodo vacío. Aun así, parecía lógico que un padre buscara compartir momentos con su hija en lugar de escoltar a una familia ajena. Pero supongo que esto es lo mejor por ahora. Si el rey necesita protección, no hay mucho que pueda hacerse al respecto.

Nos encontrábamos en la pista de baile, en el corazón del festival. Ancianos y niños se movían al compás de las melodías interpretadas por músicos expertos. Algunos incluso cantaban mientras bailaban, sumidos en la alegría de la celebración.

Debo admitirlo, los bailes de este mundo tienen una elegancia singular. Una belleza que me resulta extrañamente familiar. Es difícil de explicar… como si en mi vida anterior hubiera sentido una nostalgia persistente por un tiempo que nunca viví, como si esta época fuera aquella a la que siempre debí pertenecer.

Era tan tranquilo.

—O-oye, d-disculpa…

Una voz temblorosa llegó desde detrás de mí.

¿Mm?

Me giré.

Oh, una niña. Su rostro estaba encendido de vergüenza.

—¿Sí? ¿En qué puedo ayudarte? —pregunté con amabilidad. ¿Se habrá perdido? Si es así, madre o padre podrán ayudarla.

La pequeña jugueteó con sus dedos, esquivando mi mirada. Alcé una ceja.

¿Qué le sucede?

—Me preguntaba si… si quisieras bailar conmigo…

Oh. ¿Qué debería hacer? Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que bailé con alguien. Además, los bailes de la era moderna eran completamente distintos a estos.

Tal vez debería intentarlo. Sería lo más sensato. Podría ser una buena experiencia.

Busqué a mi madre con la mirada, pero ya no estaba a mi lado. En algún momento se había unido a la pista de baile con mi padre sin que yo lo notara. ¿Cuándo? Supongo que no tengo más opción que aceptar. No me alejaré demasiado de todos modos.

—Esta…

—¡Un momento!

¿Qué?

Antes de que pudiera responder, Isolde se interpuso entre nosotros. Su ceño fruncido y la firmeza de su postura irradiaban autoridad.

—¡Lucy, tú te quedas conmigo! —declaró con absoluta determinación, cruzándose de brazos.

La niña parpadeó, desconcertada.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté, perplejo. No era como si fuera a desaparecer en medio del festival.

—Porque… —Isolde titubeó un instante antes de alzar la barbilla con una expresión desafiante—. Porque yo lo digo. Y porque madre me dijo que no te separaras de mi lado.

Oh, vamos. Es obvio que miente. ¿Qué le sucede ahora? Su postura rígida, la forma en que evita mi mirada, la manera en que aprieta los labios… No quiere dejarme ir.

Pero ¿por qué?

—No me voy a separar mucho…

—¡N-no importa! Te vas a quedar aquí conmigo.

Tomó mi mano con firmeza y me arrastró hacia donde el rey observaba a los bailarines sin unirse a ellos.

Antes de que Isolde me alejara por completo, miré hacia atrás.

La niña había levantado una mano, como si quisiera detenerme, pero luego la bajó con resignación. Su expresión reflejaba una decepción silenciosa.

Y cuando desvié la mirada hacia Isolde, capté algo más en su rostro.

No era solo molestia.

Era algo más profundo.

Un brillo de miedo, de terquedad, de negación absoluta. Como si la sola idea de que alguien más me alejara de su lado fuera intolerable. ¿Está celosa?

Observaba a Isolde de reojo. Seguía molesta.

Me acerqué y me puse a su lado, rompiendo el silencio con la sutileza de una daga deslizándose entre las costillas.

—¿Por qué no me dejaste ir con ella?

—¿Por qué? Porque no puedes alejarte de nosotros. Si te pierdes, mamá y papá se enfadarán.

Mentía.

La estudié con calma.

—¿Estás celosa?

Vi cómo sus orejas se teñían de rojo.

Oh, di en el blanco.

No terminaba de entenderlo del todo. ¿Era uno de esos celos infantiles entre hermanos, la necesidad de no compartir a alguien que considera suyo?

—¿Y ahora por qué te quedas callada?

Me incliné ligeramente para ver su rostro. Estaba completamente rojo y con un puchero apenas disimulado. Sonreí, divertido, pero cuando intentó girarse para ocultarse, tuve que neutralizar mi expresión.

—¿¡Y qué si lo estoy?! —espetó de pronto. Oh, diablos, sí que esta molesta—. No puedes ir con alguien más que no sea yo. Aún eres demasiado pequeño.

Tenía razón. Si lo pensaba fríamente, estaba lejos de la edad adecuada para algo así.

—…Entonces… hagamos algo.

—¿Qué?

…Esperen, ni siquiera he pensado en qué.

Reflexioné rápido. Técnicamente, soy demasiado joven para tener pareja. ¿Cuál es la edad estándar? ¿Catorce? ¿Quince? No tengo idea. Nunca tuve novia en mi vida anterior. Y cuando estuve cerca de conseguir una… bueno, terminaba matándola durante el sexo. No estoy particularmente orgulloso de eso, por si te lo preguntas.

Nunca experimenté el amor de esa forma.

Pero… por Isolde, puedo hacer esto. Estoy decidido.

—No saldré con nadie más que no seas tú hasta cumplir los quince años. ¿Trato hecho?

—¿Qué quieres decir con eso?

Vamos, ¿en serio? Ni siquiera sé por qué estoy discutiendo relaciones amorosas con mi hermanita de ocho años.

Pero, si esto la tranquiliza y le asegura que no tendré novia antes de los quince, entonces vale la pena.

—Me refiero a que, hasta que no cumpla quince, no saldré con nadie más con otras intenciones. Solo contigo, todo el tiempo, todos los días.

Vi una pequeña sonrisa aparecer en su rostro. Aun así, lo meditaba, como si analizara si la oferta era lo suficientemente conveniente para ella.

—Mmm… —soltó, pensativa, antes de mirarme fijamente a los ojos—. ¡Trato hecho!

Le devolví la sonrisa y la abracé. Sus mejillas estaban frías, pero sus manos estaban cálidas. Al final, nunca compramos guantes para ella, así que terminé dándole los míos. Aunque, en su lugar, encontramos una solución: el Syrix.

Logré manipularlo para calentar mi piel, convirtiéndolo en una fuente de calor improvisada. Eficiente, sí. Pero agotador.

—Oye, Lucy… —dijo de pronto, interrumpiendo el abrazo—. ¿No crees que se ve demasiado solo?

Señalaba detrás de mí.

El rey.

Lo observé.

Sí, parecía solitario. Pero no de la manera de alguien que elige estar solo, sino con la tristeza distante de quien carga demasiado peso sobre los hombros.

—Tal vez —murmuré—. ¿Crees que le pase algo?

—Mmm… No lo sé. Desde que nos está acompañando, tiene esa expresión… triste. Pero puede que sea por la ausencia de su esposa e hija.

¿Esto no sonaba demasiado a chismorreo adulto?

—Voy a hablar con él —decidí.

El rey probablemente necesitaba compañía, alguien con quien hablar. Aunque, si era honesto, no estaba seguro de que una conversación con un niño fuera a resultar particularmente interesante.

—¿Qué? Espera, ¿en serio vas a hablar con el rey? —preguntó Isolde, confundida.

—Seguro. ¿Por qué no? Solo espérame.

Comencé a caminar en dirección al rey.

Isolde hizo un amago de detenerme, pero no lo logró.

Así que seguí avanzando.

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