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Chapter 12 - La Chica De Ojos Rojos

Debo admitir que la Iglesia en este mundo es algo digno de admiración. No porque todos sigan al mismo dios, sino por la ilusión de seguridad que otorga. Independientemente de las circunstancias, la sensación de protección es absoluta, inquebrantable.

Isolde y yo ya no solo conocemos a Paradoja como el autor de la guía que utilizamos en nuestros entrenamientos de combate y magia. También es el dios absoluto. De todo lo que existe y lo que no. De lo que se ve y lo que permanece oculto. De lo tangible y lo inalcanzable. Incluso de lo que se percibe y lo que escapa a la percepción.

Sin embargo, los mortales lo conocemos como la Nada. Un título paradójico, lo admito. ¿Es realmente tan poderoso como para ser la Nada? También se le llama el principio y el final, el alfa y el omega… Lo que, en esencia, no responde a nada.

—¿Terminaste? —preguntó Isolde, de rodillas, con los codos apoyados en la banca de la iglesia.

Nos habíamos acostumbrado a rezar. Un hábito adquirido de madre luego de acompañarla a la iglesia. Hay tranquilidad en ello. En mi vida pasada, la oración también exigía silencio absoluto. Algunas costumbres se mantienen inalteradas a través de los mundos.

Mis plegarias habían sido simples. Un día más de vida. Recuperar un sentido de completitud. Despojarme de los residuos de mi existencia anterior. Pero, sobre todo, la ausencia de cualquier deseo carnal seguía resultándome desconcertante.

—Sí —respondí—. ¿Vamos al parque? Podríamos entrenar un poco.

—Bien. No olvides dejar tu ofrenda.

—Cierto. Gracias por recordármelo.

Me levanté y caminé hacia la estatua. Isolde ya había dejado la suya cuando llegamos. La "ofrenda" era poco más que una formalidad. Un acto de agradecimiento a Paradoja por la vida y la protección, indirecta y distante, que supuestamente brindaba.

Me detuve frente a su representación esculpida. Era hermosa. Un cabello largo, bellísimo, tallado con una precisión que delataba la habilidad de su creador. La estatua era colosal. Con el sol iluminándola desde un ángulo preciso, la divinidad que proyectaba se intensificaba. Su pose era celestial: mirada elevada, manos extendidas en un gesto que podía interpretarse como bendición… o como la afirmación de su dominio absoluto.

Pero, sobre todo, era imponente. Su mera existencia en mármol bastaba para provocar el impulso de arrodillarse, de rendirse a su presencia como si realmente fuera el origen y fin de todo.

Dejé mi ofrenda: una rosa de rojo intenso. Syrix flotó a su alrededor, asegurándose de que no se marchitara. Hice una ligera reverencia y me alejé.

—Listo, vámonos —dije. Tomé la mano de Isolde y salimos de la catedral.

Sí, la catedral. La misma que antes me provocaba ansiedad. Ahora, al mismo tiempo, se presentaba como un templo majestuoso. Su techo era absurdamente alto. Lo suficiente como para albergar sin dificultad un edificio de veinte pisos.

Y no exagero.

La, cosa que había visto desde la ventana, una cruz manchada de sangre seguía allí. Según Las Santas Escrituras de Paradoja, aquella cruz había sido utilizada para crucificarlo. Un evento similar al de Cristo en mi mundo anterior, aunque, si los escritos eran ciertos, por razones aún más absurdas.

Pero dejemos la teología a un lado.

El interior de la catedral tenía un aire opresivo. No desagradable, pero sí sobrecogedor. Era un ambiente melancólico, aunque iluminado. En todo momento se sentía como si Paradoja estuviera presente, observando, acechando.

La sensación me provocaba escalofríos.

Curiosamente, era agradable.

Caminamos por las calles del reino hasta llegar al parque central. Todo transcurría con normalidad hasta que la vimos. Al principio, no la reconocimos.

Su cabello, que antes era rosa, ahora era completamente oscuro. Sus ojos, previamente de un tono rosado, se habían vuelto rojos. Su figura también parecía más alta.

—Mira, Lucy, es la chica fea de la otra vez —comentó Isolde con una expresión de indiferencia, señalando a la desconocida.

Hace dos años, por simple curiosidad, había ido a ver la catedral y, en el proceso, choqué accidentalmente con una chica. Isolde la recordaba por ese evento.

No creo que llamarla fea ahora mismo sea lo más educado, Issy.

Oh, mierda. Viene hacia nosotros.

La vi acercarse con pasos decididos.

—No debiste haberla señalado así, Issy —le susurré entre dientes.

—Jaja… —rio ella, pero su tono no sonaba particularmente confiado.

La chica se detuvo frente a nosotros y, sin previo aviso, nos apuntó con el dedo.

—¡No me dejaste darte una compensación por mi descortesía la última vez!

¿De verdad? Han pasado dos años. Supéralo, querida mía.

—Pero da igual. Ahora creo que debería presentarme mejor. La última vez no pude hacerlo porque ustedes dos huyeron de mí.

No huimos. Simplemente teníamos mejores cosas que hacer que desperdiciar nuestro tiempo contigo.

—Mi nombre es Alicia. Es un gusto conocerlos.

Hizo una reverencia, alzando ligeramente su falda y bajando la cabeza con precisión ensayada. Su gesto me recordó demasiado a las princesas de las novelas de mi mundo anterior.

—Yo soy Lucius —respondí con indiferencia.

—¡Y yo soy Isolde! —gritó mi compañera con entusiasmo. Curioso. Yo creía que le caía mal. Parece que me equivoqué.

—¿Y bien? ¿Necesitas algo? —pregunté, sin rodeos. No es que quisiera deshacerme de ella, pero el tiempo que pasáramos hablando era tiempo que no estaríamos entrenando.

—Eres demasiado frío… —Alicia sonrió, burlándose ligeramente. Gracias —. Pero sí, quiero entrenar con ustedes.

—No.

Sin esperar respuesta, tomé la mano de Isolde y me alejé. Vamos. Conozco el tipo de chica que es. Eventualmente, me va a caer mal, y prefiero ahorrarme el drama.

—Yo estoy a favor de que entrene con nosotros —murmuró Isolde en mi oído.

Eso me detuvo.

Bien. Pensándolo mejor, quizá podamos llevarnos bien después de todo.

Suspiré. No había forma de evitarlo.

—¿No te caía mal hasta hace un momento? —le pregunté en voz baja.

Desvié la mirada hacia Alicia. Ella ladeó la cabeza, sin entender por qué la observaba.

—Vamos, Lucy. Creo que es una gran oportunidad para demostrar que no somos solo unos niños de ocho años. Llevamos entrenando durante años… es la ocasión perfecta para humillar a la chica bonita.

—Buena idea.

No, no lo es.

Tengo el presentimiento de que esto no terminará como esperamos. No solo porque la agresividad del aura de Alicia resultaba inquietante, sino porque, en esos momentos, seguíamos siendo demasiado débiles.

---

—Isolde, esquiva. La señorita Alicia asesta un golpe. ¡Oh! Isolde sale volando hasta los arbustos. Se levanta rápidamente y carga de nuevo, pero sus ataques son ineficientes, demasiado fáciles de esquivar. Alicia toma su brazo y… diablos, ese golpe al estómago tuvo que doler. Isolde se tambalea, pero no se deja derribar. Aprovecha el momento y desata una ráfaga de viento. Alicia es impulsada hacia atrás, aunque… Dios, la chica apenas retrocede y responde con una bola de agua que impacta directamente en el rostro de Isolde. Isolde intenta abrir los ojos, pero ¡demonios! Ese golpe sí que debió doler.

—¡¿Quieres callarte y ayudarme?!

—Perdón.

Dos contra uno. No es el escenario que esperaba, y, sin embargo, aquí estamos. Alicia es mucho más fuerte de lo que imaginábamos. Demonios. De pronto, siento que todo nuestro entrenamiento no ha sido más que un juego.

Las artes marciales de mi mundo nos dan ciertas ventajas, pero eso no cambia el hecho de que Alicia es más rápida, más fuerte y, para empeorar las cosas, usa un palo de madera. Nos hemos limitado a emplear las técnicas del libro de Paradoja, pero no parece suficiente.

—¡Agh!

Un golpe me dio de lleno en el estómago, enviándome al suelo con una fuerza nada sutil. Me arrastré unos metros antes de detenerme.

—¡Oh, vamos! No te di con tanta fuerza —se quejó Alicia.

Fácil decirlo cuando no eres la que recibe el golpe. Mierda, esto duele.

Reuní fuerzas, me levanté y cargué hacia ella. Con Syrix, lancé una bola de fuego que rozó su rostro. Isolde aprovechó la distracción y la golpeó en la cara, enviándola lejos.

No desperdicie la oportunidad. Me moví detrás de ella y golpeé, intentando enterrarla en el suelo.

—¡Parece que se les dan bien los ataques combinados! ¡Pero no es suficiente!

—¿Qué? ¡Aaagh!

¿Qué mierda…? ¿Cómo?

Mi cuerpo cayó al suelo de golpe. La gravedad a mi alrededor se incrementó de repente.

—¡Eso es trampa!

—Jajaja. Bueno, tranquilo. Solo… ¡Agh!

Isolde la golpeo en las costillas y la mando a volar.

A pesar de lo caótica que parece la pelea, desde la perspectiva de los adultos que nos rodean, probablemente solo somos un grupo de niños moviéndose torpemente.

—Uff… Uff… —Respiré con dificultad y me levanté.

—Uff… Uff… —Isolde no parecía estar mucho mejor.

—Creo que… deberíamos dejarlo… por hoy —dije, recuperando el aliento.

—Bien, yo también estoy algo cansada.

Mentira. No parece cansada en absoluto. Ni una gota de sudor. Ni un atisbo de agotamiento en su expresión.

Hemos peleado durante dos horas, pero en ese tiempo nos hemos movido más que en cualquier otro entrenamiento. Luchar contra Alicia nos ha demostrado algo evidente: seguimos estando muy por debajo. Nos ha opacado por completo.

Tomé aire y hablé:

—Deberíamos volver a casa, Issy.

—Bien… —responde ella, tomando mi mano.

—¿Ya se van? —Alicia arquea una ceja.

—Sí. Se está haciendo tarde.

—Bien. Entonces… ¿nos vemos mañana?

—Eh… Está bien.

Bueno, en realidad no lo sabía... Teníamos planes de ir al taller de Reginald.

—¿De verdad vamos a poder venir? Le dijimos a Reginald que iríamos mañana para seguir estudiando.

—Mm… No lo sé. De cualquier manera, si no llegamos, ella se irá después de un rato.

—Bien.

—¿Qué tanto murmuran?

Alicia apareció detrás de nosotros sin previo aviso.

Maldición. Me asusto.

—¡¿Puedes ser un poco más discreta?!

Ella se rio—. Perdón. Es que murmuran entre ustedes y me dejan a un lado.

Suspire.

—No es nada. Entonces, nos vamos.

—¡Sí! ¡Hasta mañana!

Asentí y nos alejamos.

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