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Chapter 49 - 49) La decisión de Rosita

Sirvienta: "No vamos a dejar que, justo cuando por fin te unes a nosotras, te vayas por ideas tontas" —afirmó, dándole una fuerte nalgada.

*¡Slap!*

Rosita: "¡Aahh! ¡Silvia, bájame...!"

*¡Slap!*

Rosita: "...Yo no puedo quedarme..."

*¡Slap!*

Rosita: "...Engañé a mi marido..."

*¡Slap!*

Rosita ya no pudo decir nada más. Cada vez que intentaba hablar en contra de lo que Silvia quería, recibía una fuerte nalgada que la hacía estremecerse. Además, aquella mansión estaba haciendo de las suyas otra vez... con cada golpe, un cosquilleo recorría su cuerpo en zonas sensibles. Al principio apenas lo notó, pero en este punto empezó a preocuparle que algo más pudiera pasar. Se quedó callada. No opuso más resistencia. Se dejó llevar.

En el camino, varias sirvientas presenciaron la escena. Algunas intercambiaron miradas y sonrisas maliciosas, otras incluso decidieron seguirlas. Así, terminaron en la habitación de Rosita, en las dependencias de los empleados.

Silvia la arrojó sobre la cama. Ahora Rosita estaba asustada, con el corazón latiéndole con fuerza mientras observaba a sus compañeras rodeándola como un grupo de depredadores acechando a su presa.

Silvia: "Bien, ahora vamos a sacarte esas ideas tontas de la cabeza."

Rosita: "Pero..."

Silvia: "Lo quieras o no..." —dijo en un tono peligroso.

Rosita nunca imaginó terminar así, en una situación como esta. No pudo salir de esa habitación por horas, y lo que sucedió allí fue... indescriptible, en más de un sentido.

Sus compañeras la interrogaron, por así decirlo, cuestionando por qué quería dejarlas, justo ahora que, según ellas, todo iba por el buen camino. Rosita intentó explicarse una y otra vez. Al principio con vacilaciones, pero con el tiempo ganó más ímpetu, tratando desesperadamente de hacerlas entrar en razón. No logró nada. Cada argumento que daba era respondido con diez más, todos contradiciéndola... aunque no de una manera moralmente correcta.

Rosita: "Engañé a mi marido..."

Sirvientas: "No serías la primera en esta mansión..."

Rosita: "Amo a Norman..."

Sirvientas: "Si él también te amara, querría que te quedaras y disfrutaras del mejor sexo de tu vida..."

Rosita: "No quiero engañarlo..."

Sirvientas: "Divórciate..."

Rosita: "No quiero que algo así vuelva a pasar..."

Sirvientas: "Eso lo dices porque aún no te has vuelto adicta. Deja que ocurra dos o tres veces más y cambiarás de opinión..."

Rosita: "Todos aquí son unos degenerados..."

Sirvientas: "Y tú también. Nadie te obligó a nada. Tú misma le diste un buen bocado a este jugoso pastel..."

Rosita: "Está mal..."

Sirvientas: "¿Para quién? Nos hace felices, te hace feliz, nadie sale herido..."

Rosita: "Esta mansión tiene algo malo, me pone cachonda y..."

Sirvientas: "¿Crees en brujería y esas cosas? La mansión no tiene nada, eso es solo una excusa. Nos dijiste que no tenías acción con tu marido desde hacía quién sabe cuánto tiempo. ¿Es tan difícil aceptar que has estado reprimida tanto tiempo que, en un ambiente de total libertad, simplemente te permitiste ser tú misma...?"

Rosita: ...

Sirvientas: ...

Así pasaron las horas. Rosita estaba perdiendo la cordura. Quería creer que todo lo que escuchaba eran mentiras... y quizás lo eran, pero con el tiempo empezaban a parecer cada vez más ciertas. Tanto, que comenzó a dudar de sí misma.

Y no era solo una discusión verbal.

Si Rosita se mostraba demasiado firme o intentaba resistirse, sus compañeras se encargaban de apagar su determinación con caricias y besos profundos que la dejaban sin fuerzas. Además, el incienso había sido colocado nuevamente, esta vez en mayor cantidad. Poco a poco, la Rosita más cachonda y entregada comenzaba a abrirse paso. Y con cada palabra que escuchaba, las dudas crecían...

El momento en que no pudo evitar correrse frente a todas fue abrumador. La vergüenza la consumió, pero lo que la desarmó por completo fue el repentino consuelo que recibió de aquellas mismas manos que la habían llevado hasta ese punto. La abrazaron, la aseguraron de que todo estaba bien, que la apoyaban... y entonces la llevaron al segundo orgasmo... al tercero...

Rosita se desmoronaba, y su mente se volvía cada vez más borrosa.

Especialmente cuando comenzaron a hablar de su marido.

Le susurraban al oído, con voces dulces y seductoras, que Norman no estaba con ella, que no le daba el amor suficiente, que no la tomaba en la cama como debía... que ni siquiera estaba en la ciudad en ese momento y bien podría estar revolcándose con alguna prostituta.

Le decían que no estaba haciendo nada malo. Que era normal. Que no tenía de qué preocuparse. Y que ellas se encargarían de llenar ese vacío, de satisfacer esa necesidad fatal que su marido había dejado desatendida.

Porque ellas eran buenas amigas...

Rosita estaba cayendo en el abismo, y apenas si se resistía ya. El último clavo vino con dos frases, una más pesada que la otra.

La primera, que no podía abandonar a su jefe. Él la apreciaba, le había dado una gran oportunidad en su momento de necesidad. Rechazar todo lo que hizo por ella sería un acto desagradecido y cruel. ¿Iba a tirar por la borda lo que siempre había querido por una decisión que ella misma tomó?

La segunda, aún más devastadora: incumplir el contrato no solo arruinaría su vida, sino también la de sus hijos. La deuda pesaba sobre ellos, y si no... igual crecerían sin madre. Norman nunca estaba en casa, ¿podría él cuidar de ellos? ¿Qué les pasaría si no solo su padre estaba ausente, sino también su madre? Tenía que pensar en sus hijos antes que en su estúpida e ineficiente moral.

Rosita ya no tuvo vuelta atrás. Fuera verdad o mentira, fuera correcto o no, ahora estaba completamente a merced de sus compañeras, de su jefe y de aquella mansión. Sus hijos eran lo más importante, y no podía dejarlos desamparados por sus propios errores.

Al final, yacía en la cama, mirando el techo, atrapada en sus pensamientos, rodeada por varias sirvientas semidesnudas... algunas completamente desnudas. Se había corrido tantas veces que ni siquiera podía volver a ponerse la ropa, pero en ese momento ya no importaba.

Fue un día duro... quizá complejo. No sabía cómo describirlo, pero sí sabía que no podía salir del pozo en el que se había metido. Sus compañeras se asegurarían de ello. Le dejaron claro que, si intentaba huir, irían hasta su casa para recuperarla, porque para ellas era más que una amiga… era su hermana. Y cumplieron su promesa: en los días y semanas siguientes, cada vez que Rosita mostraba intenciones de rendirse, ellas volvían para darle su "amor" hasta que no pudiera pensar con claridad.

Aquel día, tuvo que quedarse en la mansión. Apenas tenía fuerzas para levantarse. Por suerte, a la mañana siguiente descubrió que sus compañeras habían llamado a casa para avisarle a la niñera, quien se encargó de todo.

Se puso su uniforme y volvió al trabajo con dudas, sin seguridad, pero en cierto sentido, todo parecía normal. La rutina era la misma, nada había cambiado. La mayoría de sus compañeras no la trataban diferente… o quizás sí, pero en un sentido positivo. Había más confianza, más cercanía, más cariño. No sabía cómo describirlo, pero se sentía extrañamente en familia, como si llevara toda la vida con ellas.

No sabía cómo aceptar aquello, pero, de alguna forma, la ayudó a reintegrarse. Lo que tanto la había atormentado comenzó a parecerle insignificante… como si nunca hubiera sido gran cosa.

Aquella tarde, Ruiz regresó a la mansión tras desaparecer por su misión espinosa. Cuando Rosita lo vio, se congeló. Pero él no mostró la más mínima extrañeza, simplemente la saludó con familiaridad… quizá un poco más cariñoso, con un beso en la mejilla, pero nada que la sobresaltara.

Todo era tan... extraño. Extraño y agradable.

El día pasó tan rápido que cuando volvió a casa le pareció irreal. Y más aún cuando la niñera la recibió con una frase desconcertante.

Niñera: "Parece que resolviste tus problemas."

Rosita la miró con sorpresa.

Rosita: "¿Por qué lo dices?" —preguntó. En realidad, no sentía que nada se hubiera solucionado.

Niñera: "No sé cómo explicarlo, pero te ves... radiante. Tranquila, relajada, feliz. Es como si no hubiera ningún problema en tu vida. No sé qué pasó, pero me alegro. Me gusta verte así. Eres una buena mujer, mereces ser feliz."

Rosita no supo cómo responder. ¿Realmente se la veía feliz? Las dudas la atormentaron durante los días siguientes, hasta que una mañana llamó a Norman... y no fue él quien respondió.

Una voz femenina, aguda y exageradamente melosa, llegó desde el otro lado de la línea. Sonaba como alguien infantilmente tonta y superficial. Por un momento, Rosita pensó que se había equivocado al marcar. Lo dudaba, pero no encontraba otra explicación.

"¿Hola...? ¿Hola...? ¿Hay alguien ahí?— la voz sonaba juguetona, casi burlona—. Papito, alguien llama a tu teléfono... Despierta... Eres un cerdo perezoso, deja que te despierte, jijiji~."

Rosita estaba casi segura de que esa mujer no era ninguna niña, aunque intentara sonar como una. Pero lo que realmente la dejó helada fueron los sonidos que siguieron. Chasquidos húmedos, respiraciones entrecortadas… eran inconfundibles... una mamada.

Los había escuchado muchas veces en la mansión.

Su primer instinto fue colgar de inmediato. No quería saber más, no quería escuchar. Pero entonces, un gemido familiar atravesó la línea.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

La razón le decía que debía colgar. No quería escuchar más sonidos sexuales de los que ya escuchaba a diario en su trabajo, pero... ese tono... esa voz…

Era demasiado familiar.

El aire se le hizo pesado, su pecho oprimido. Se quedó en completo silencio, con el teléfono pegado al oído, sintiendo cómo el miedo se convertía en certeza con cada gemido, cada sonido.

Y entonces, la voz...

"Hmm... ¿Qué pasa...?"

Era una voz somnolienta, arrastrada, claramente despertado por el "trabajo" de aquella mujer.

Rosita colgó de golpe. Se quedó congelada, mirando el teléfono en su mano con la respiración entrecortada. Y luego, sin poder contenerse, comenzó a llorar.

Lloró en silencio, inmóvil, hasta que su niñera la encontró así, encogida en la cama con el rostro cubierto de lágrimas. Para entonces, ya llevaba al menos veinte minutos sin poder detenerse, y aun después de que la abrazara, siguió llorando.

Cuando sus hijos aparecieron preocupados, intentó recomponerse, intentó fingir que todo estaba bien. Pero no pudo. Las lágrimas seguían cayendo sin control.

Le tomó horas calmarse. Pero por la tarde, cuando por fin recuperó algo de fuerza, tuvo un último atisbo de esperanza.

Marcó nuevamente.

Esperaba—no, deseaba—que todo hubiera sido un error.

"¿Hola?"

"Hola, Norman."

"Rosita, ¿cómo estás? ¿Están bien los niños?"

"Están bien... A Rory se le cayó un diente estos días, pero nada en particular."

"Vaya, qué bueno que estén bien. ¿Llamas por algo en especial? Tengo una reunión en dos horas y quiero empezar a prepararme. Si quieres, hablamos mañana al mediodía, que tengo un rato libre y…"

"Está bien, Norman, no quiero molestarte... Debes estar ocupado" mintió, con la voz tensa y los dedos aferrando el teléfono con fuerza. "Intenté llamarte esta mañana, pero nadie contestó."

"Oh, sí... Ayer trabajé hasta muy tarde. Seguramente no escuché el teléfono..."

"Qué lástima... Si hubiera sido una emergencia, no sé qué habría hecho si no me respondías. ¿No tienes una secretaria que atienda tus llamadas o algo así? Alguien que pueda contestar cuando estés dormido o no puedas hacerlo."

"Jaja, Rosita, tengo un puesto alto, pero no tanto como para tener secretaria. Ya quisiera que me fuera tan bien. Pero, ¿sabes? Creo que podré tener una en algún momento. Me está yendo bastante bien y mi jefe sigue impulsándome. He conocido a personas cada vez más importantes estos días. Creo que me está preparando para tomar su puesto… No estoy seguro, pero ¿te imaginas? Prácticamente tendríamos la vida solucionada."

"Eso es genial, Norman... Entonces, ¿estás completamente solo? Digo, si no tienes secretaria… al menos un compañero de trabajo cercano que pueda atender el teléfono por si pasa algo. No quiero que ocurra una emergencia y no poder contactarte."

"No, amor, lo siento. Estoy solo en este cuarto de hotel. Mi jefe está en una suite más cara, pero solo me trajo a mí con él. No te preocupes, nada pasará. Si quieres, subiré el volumen de la llamada para que te quedes tranquila."

"Entonces... ¿has estado solo todo este tiempo...? Pobrecito... seguro la pasas muy mal..."

"Estoy bien, puedo soportarlo. No te preocupes por mí, amor. Tú solo preocúpate por los niños. También deberías dejar tu trabajo de sirvienta, con lo que gano aquí será suficiente. Así podrías pasar más tiempo con ellos…"

"Adiós, Norman."

"Adi..."

Rosita colgó antes de que pudiera terminar. Su mirada era vacía, fría.

Ya había llorado suficiente. Ahora, solo quedaba un profundo hueco en su pecho. Se quedó allí, en completo silencio, mirando la nada, cuestionándose su vida. Solo se movió cuando sus hijos la llamaron para cenar. La deliciosa comida que la oveja había preparado esperaba en la mesa.

Todos notaron que algo andaba mal en la mesa, pero nadie preguntó nada. Incluso sus hijos sabían que Rosita había cambiado y ya no sentían la misma seguridad de antes a su lado.

Rosita pasó el resto del día como un zombi, apenas reaccionando a su entorno. No fue hasta que llegó al trabajo al día siguiente que sus compañeras la detuvieron. No se había dado cuenta hasta ese momento de las miradas preocupadas que le dirigían.

La arrastraron a su habitación una vez más y la rodearon con preguntas de estilo "¿Por qué tienes esa mirada tan vacía?" Ella quiso negarlo, fingir que todo estaba bien, pero sus colegas fueron insistentes y no la dejaron escapar. Poco a poco, le arrancaron hasta el más mínimo detalle de su problema, hasta que terminó rompiendo en llanto una vez más.

Lo que no esperaba era que, al escuchar su historia, lo primero que hicieran fuera abrazarla y consolarla con una calidez genuina. Pensó que tal vez la ignorarían, que le dirían que tenían razón sobre su matrimonio, o incluso que aprovecharían su vulnerabilidad para asaltarla sexualmente como antes. Pero no. No fue así.

El consuelo, el cariño y el afecto fueron tan puros y sinceros que Rosita quedó sorprendida. Cada una de sus compañeras le dedicó palabras que llegaban al corazón y buscaban maneras de apoyarla, de alegrarla, de aliviar su dolor. Nunca imaginó que encontraría tanta protección y ternura en aquel lugar. Siempre había asociado a los trabajadores de la mansión con gente desviada y depravada, aunque amables… pero eran mucho más que eso. En este momento de necesidad, no había nada en ellos más que preocupación y amor del más puro. No eran solo un grupo de degenerados: eran personas genuinamente buenas, que realmente se preocupaban por ella.

Y así, Rosita lloró aún más fuerte. Pero esta vez, lo hizo rodeada de personas que la abrazaban y la apoyaban, personas con las que podía llorar todo lo que quisiera sin miedo, porque la sostendrían.

Fueron días difíciles en los que no volvió a contactar a Norman, pero en aquella mansión recibió más apoyo del que jamás habría imaginado, y por ello, se sintió agradecida.

Poco a poco, Rosita volvió a la normalidad… O quizá no. La mansión siguió siendo igual de sexual que siempre, pero ella cambió. Se adaptó. Y se convirtió en una más.

Su integración se notó en pequeños detalles. Antes, cuando encontraba a alguien teniendo sexo en algún rincón de la mansión, evitaba la escena o se retiraba incómoda. Ahora, le era casi indiferente. Como cuando entró al cuarto de lavado y su jefe estaba con otra sirvienta, entregados el uno al otro sobre la mesa. Sin titubear, pasó junto a ellos, tomó la ropa que necesitaba lavar y siguió con su trabajo, sin interrumpirlos, para la sorpresa de ambos.

Situaciones como esa se repitieron una y otra vez, dejando claro para todos que Rosita ya no veía nada de aquello como algo extraño. Incluso verla hablar normalmente con alguien que follaba frente a ella... Su indiferencia fue bien recibida, y con el tiempo, empezaron a confiarle secretos de la mansión, así como ciertos asuntos de afuera que le abrieron los ojos a la "nueva Rosita".

Y esto solo fue escalando.

Pronto, dejó de rechazar los acercamientos de sus compañeras. Los besos con lengua se volvieron saludos cotidianos. Y en algún momento, besar a una chica que acababa de usar su boca para satisfacer al jefe dejó de parecerle repulsivo y se convirtió en un gusto adquirido.

Eventualmente, si veía que su jefe no estaba siendo atendido como debía—como aquella primera vez que comenzo todo esto—, se ofrecía a ayudar. Claro, solo cuando realmente estaba chachonda.

Y pronto…

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