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Chapter 3 - Capítulo 3: "Jardín de Pecados"

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La Tentación entre los Rosales

El aire olía a tierra mojada y rosas marchitas. Gabriel caminaba por el jardín del claustro, rezando el rosario con dedos temblorosos. Diez Avemarías. Cinco Padrenuestros.Nada borraba el recuerdo de los dedos de Luciel entrelazados con los suyos en el confesionario.

—¿Rezas por mí, sacerdote?

La voz surgió de entre las sombras. Luciel emergió desnudo hasta la cintura, sus alas —menos heridas ahora— extendidas como un manto de plata bajo la luna. En la mano derecha llevaba una manzana robada de la cocina.

—No deberías estar aquí —gruñó Gabriel, aunque su mirada devoraba cada centímetro de piel expuesta—. Si Amadeo te ve...

—¿Y qué hará? —Luciel dio un mordisco lento a la fruta, el jugo corriéndole por el mentón—. ¿Correrá a contarle a Dios que su ángel favorito está a punto de corromper a su siervo ?

Un escalofrío le recorrió la espalda a Gabriel.

—Esto no es un juego.

—Para mí tampoco.

De un movimiento rápido, Luciel lo empujó contra el muro de hiedra. La manzana rodó por el suelo mientras sus bocas finalmente se encontraron en un beso que sabía a pecado y redención .

Sexo bajo la Cruz

Gabriel intentó resistir. Realmente lo intentó. Pero cuando Luciel se frotó contra su entrepierna — dura, exigente— toda razón se esfumó.

— Aquí no —jadeó el sacerdote—. Dentro...

—No —Luciel le mordió el cuello—. Aquí. Donde ellos puedan vernos.

"Ellos". Gabriel no supo si se refería a los santos de piedra... o a algo más.

Con manos expertas, Luciel le abrió la sotana, dejando al descubierto su cuerpo marcado por cilicios y deseos reprimidos . Cuando sus dedos cerraron alrededor de la erección del sacerdote, Gabriel gimió como un condenado.

— Shhh —Luciel sonrió mientras se arrodillaba en la tierra sagrada—. No despiertes a los muertos.

El primer lametón fue una tortura. El segundo, una revelación. Cuando Luciel se lo tomó entero, Gabriel vio estrellas —no las del cielo, sino las que pintaban los vitrales de la iglesia—.

— Luciel... por Dios...

—Justamente —el ángel lo soltó con un pop obsceno—. Ahora es tu turno.

Marcado por un Ángel

Le dio la vuelta bruscamente, presionándolo contra el muro de piedra. Gabriel sintió las garras retráctiles de Luciel —que no le había dicho que tenía— rasgando su ropa interior.

—¡Espera! —protestó.

—Ya esperaste treinta años —Luciel le lamió una vértebra—. Basta de martirio.

Y entró en él de un empujón.

Gabriel gritó. No solo por el tamaño —Dios santo, cómo ardía — sino por la sensación de estar siendo poseído en todos los sentidos . Luciel lo tomó de las caderas y comenzó a moverse con furia celestial, cada embestida acompañada de un jadeo que sonaba a oración profana .

—Míralos —susurró Luciel señalando las estatuas de santos—. Nos están viendo.

Gabriel volvió la cabeza y juró ver mover los ojos de mármol .

El mármol del altar helaba la espalda de Gabriel, pero su piel ardía donde Luciel lo tocaba.

— Quédate quieto — susurró el ángel, sus dedos hundiéndose en las caderas de Gabriel con una fuerza divina, inescapable. Cada empuje lo clavaba más contra el altar, cada movimiento más profundo , más desesperado . Gabriel gemía, un sonido roto que rebotaba en las bóvedas sagradas, mientras sus dedos se aferraban al borde de piedra como si el mundo se desvaneciera.

Las estatuas de los santos los observaban desde sus nichos—¿juzgando? ¿o envidiosos? —sus rostros esculpidos en expresiones eternas de éxtasis y sufrimiento. Gabriel cerró los ojos, pero Luciel se inclinó sobre él, su aliento caliente en el oído:

— Míralos. Mírame. Quiero que recuerdes dónde perteneces ahora.

Y entonces aceleró , las caderas chocando con un ritmo que hacía temblar el altar, cada embestida una promesa y un castigo. Gabriel gritó, el placer y la culpa estallando en su vientre como una estrella cayendo del cielo.

El Espía entre las Sombras

Entre el torbellino de placer y dolor, algo crujió entre los arbustos.

Luciel lo sintió primero. Sus alas se erizaron como plumas de gato enfurecido.

—No pares —ordenó Gabriel, perdido en la sensación—. No importa...

Pero el ángel sonrió con malicia y aumentó el ritmo , haciendo que Gabriel gemara lo suficiente para despertar a todo el convento.

— Así —lo azotó levemente—. Déjales saber quién te pertenece ahora .

Entre las sombras, un par de ojos brillantes los observaban. Gabriel estaba demasiado cerca del abismo para notarlo.

La Amenaza en la Oscuridad

El orgasmo los golpeó como un relámpago. Luciel enterró los dientes en el hombro de Gabriel mientras lo llenaba, marcándolo por dentro y por fuera .

Fue entonces cuando la figura entre los arbustos se movió .

— ¡Amadeo! —gritó Gabriel al reconocer la silueta.

Pero era algo peor .

La criatura — ojos negros, boca demasiado grande — sonrió antes de desvanecerse en la noche. Luciel se puso rígido:

— Ellos saben que estoy aquí.

La luz del amanecer filtraba entre los vitrales, pintando de carmesí las marcas que serpenteaban sobre el pecho de Gabriel: mordiscos alrededor de sus pezones, sucuciones violáceas en el cuello, un mapa de posesión que Luciel había trazado con devoción perversa. La túnica yacía abandonada a sus pies, manchada con su propia esencia seca—prueba irrefutable de su caída —, pero Gabriel, en un último acto de negación, se aferraba a la idea de que aquel trozo de tela bastaría para ocultar su vergüenza.

Luciel no le permitió el lujo del autoengaño .

Con un movimiento felino, deslizó su dedo pulgar por el labio inferior hinchado de Gabriel— tierno, magullado por los besos y los mordiscos —y sonrió al sentir cómo él temblaba.

— Ningún hábito podrá esconder lo que soy para ti — murmuró antes de cerrar la distancia en un beso tóxico , lento y dominante. Su lengua reclamó cada rincón de la boca de Gabriel, como si quisiera borrar hasta el último rastro de santidad. Las manos de Luciel aprisionaron sus caderas , clavando las uñas en la piel ya sensible, fusionándolos en un abrazo que era tanto un acto de amor como de conquista.

Gabriel jadeó contra sus labios, odiando cómo su cuerpo respondía , cómo el placer volvía a encenderse en su vientre. Las estatuas seguían mirando, pero ahora él ya no distinguía entre la condena y la bendición .

La túnica negra yacía en el suelo, arrugada y manchada, pero aún irreconocible como el símbolo de pureza que alguna vez fue. Gabriel la miraba con una paz engañosa , como si al recogerla pudiera borrar la noche anterior, como si el lino sagrado pudiera coser de nuevo su cordura .

Luciel no le dio el lujo de la ilusión .

Con un movimiento calculado, se mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar—una gota carmesí que resbaló como un recordatorio de lo que Gabriel le había arrancado a él también —. Pero entonces sonrió , una expresión lenta y sádica que iluminó sus ojos como brasas en la oscuridad.

— Gabriel — susurró, arrastrando cada sílaba como un cuchillo sobre piel—. ¿De verdad crees que esa túnica te cubrirá?

Sus dedos acariciaron las marcas en el cuello de Gabriel, presionando las magulladuras hasta hacerlo contener un gemido.

— La gente podrá no verlas... pero tú las sentirás. Cada vez que el tejido roce tus pezones mordidos. Cada vez que el cuello te arda al sudar. Yo no necesito estar ahí para recordarte quién te despedazó —su voz era un veneno dulce—. Porque fuiste tú quien me pidió que lo hiciera.

Gabriel cerró los ojos, pero Luciel lo atrapó por la barbilla, obligándolo a mirarlo.

— Te rompí. Y solo yo puedo armarte de nuevo...pero nunca como antes.

De un golpe, Luciel pateó la túnica hacia el fuego de un candelabro cercano. Las llamas devoraron el símbolo de su fe en segundos , iluminando el rostro de Gabriel con destellos anaranjados y sombras que bailaban como demonios.

La Promesa después del Pecado

Mientras se vestían apresuradamente, Gabriel notó tres arañazos sangrantes en su espalda que no estaban antes.

—¿Qué fue eso? —preguntó, voz ronca.

Luciel lo miró con una expresión nueva: miedo .

—Los mismos que me cazaron. Vienen por ti ahora.

Antes de que Gabriel pudiera responder, el ángel lo besó con desesperación:

—Duerme en mi habitación esta noche. No estés solo.

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