El viento soplaba con suavidad entre los árboles, haciendo que las hojas susurraran palabras incomprensibles. Arthur se levantó lentamente, sacudiendo las hojas secas de la camiseta y el cabello. Cada parte de su cuerpo dolía como si lo hubieran atropellado cinco veces y luego lo hubieran dejado en medio del bosque.
Miró a su alrededor. Árboles gigantescos. Plantas extrañas, un silencio espeso, solo roto por el canto de alguna criatura que no sonaba para nada como un pájaro.
-Genial…-Murmuró-. Un bosque. Y yo en calzones.
Volvió a revisar su atuendo como si existiera la posibilidad de que mágicamente apareciera ropa decente... No pasó nada.
-Bueno, Arthur... momento de aplicar lo aprendido en años de leer novelas de fantasía.Dijo en voz alta, tratando de sonar, valiente, mientras temblaba.
Número uno:buscar señales de civilización.
Número dos:no te comas la primera planta que veas, podría matarte o convertirte en un sapo parlante.
Empezó a caminar sin rumbo, esquivando raíces retorcidas y arbustos con espinas.
Primer día:
Intentó despertarse. Tirándose al suelo. Se pellizcó, termino golpeándose la cabeza con una piedra (ligerita, tampoco era tan idiota). Nada funcionó.
Segundo día:
el hambre apareció como una exnovia tóxica que no sabes cómo quitártela de encima.Probó una fruta roja que parecía una cereza gigante.
Resultado:un dolor de estómago infernal y un par de alucinaciones en las que una roca le pedía consejos amorosos.
Tercer día:
Encontró un río y, por fin, algo de esperanza.
—Gracias, clichés de novelas isekai—susurró al ver el agua cristalina.
Bebio hasta casi reventar. Luego, recordando los consejos de sus héroes de papel, decidió seguir el curso del río. Después de todo, los ríos siempre llevan a los pueblos... o a una cascada mortal. Pero preferiría arriesgarse.
Caminó durante horas, hasta que el bosque empezó a aclararse. . A lo lejos. Entre la neblina se vislumbraban pequeñas casas de piedra y madera. Chimeneas soltando humo.
-¿Personas?, caminando por senderos de tierra.
Arthur , a punto de gritar de alegría, hasta que se dio cuenta de su lamentable aspecto.
Genial... voy a parecer un loco pervertido.
Apretó los dientes y avanzó.
El pueblo era pequeño. Casas de madera viejas, calles sin pavimentar y un olor a leña quemada que a Arthur le pareció el aroma más maravilloso del mundo. Los habitantes lo miraban de reojo. Algunos con desdén. Otros con desconfianza, y un par se rieron disimuladamente.
—, ¡Si,miren al tipo en calzones! ¡Qué gracioso!
—gruño
La mayor parte de los lugareños eran humanos, pero de vez en cuando pasaba alguien con orejas puntiagudas, colas peludas o piel azulada.
arthur parpadeo.
—No puede ser...
¿Ellos? ¿Hombres-bestia? ¿Gente con cuernos? Era como estar en una convención de fantasía. Solo que sin cosplay barato.
Después de merodear y lograr tomar prestado un par de manzanas de un puesto (no es robar si lo pago más tarde), se dijo a sí mismo, se sentó en la entrada de una vieja posada.
Fue allí donde un anciano de barba larga y túnica gris se acercó. Sus ojos parecían cansados, pero había en ello una chispa de picardía.
—Vaya, muchacho… no es común ver a alguien en tan… peculiar estado —comentó el viejo, señalando los calzones de calaveritas. Arthur suspiro, sin saber muy bien qué decir. No podía soltarle la historia de que venía de otro mundo, así que improvisó. —Pues… la verdad, ni yo sé qué pasó. Me desperté en medio del bosque, sin pantalones, sin idea de dónde estoy… solo recuerdo que me llamo Arthur.
El anciano lo miró en silencio por un momento, luego soltó una carcajada.
—¡Ja! Bueno, Muchacho, esto es Lost, una tierra donde todo puede pasar y donde los débiles son devorados por los fuertes.
Arthur tragó saliva
-¿lost?
El anciano sonrió.
—Aquí, las reglas las dictan las marcas de nacimiento. Quienes nacen con ellas son aptos para ser guerreros o aventureros. Los demás… bueno, solo intentan sobrevivir.
Arthur bajó la mirada.
—Y qué pasa si alguien como yo aparece… sin marca, sin ropa y sin idea de nada?
El anciano soltó una carcajada.
—Que tiene dos opciones: morirse rápido o buscar la forma de volverse más fuerte. Ve al gremio de aventureros, chiquillo. Ahí te dirán qué puedes hacer.
Arthur suspiro y se puso de pie.
—Gracias, abuelo... ¿Cómo se llama?
—Dime Granrik. Soy un viejo retirado, pero me entretiene ver a los nuevos idiotas que llegan a este pueblo.
Arthur sonrió.
—Bueno, Granrik… gracias.
Y así, con una dirección clara y cero dignidad, Arthur se dirigió al gremio de aventureros. El primer paso en su absurda odisea.
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Fin del capítulo