La alarma empezó a sonar desde las 6:00 am. Usualmente, suele dormirse hasta tarde, porque levantarse temprano no le servía de nada ni le favorecía en su estilo de vida repetitivo, que no está apto para tales sacrificios.
—Cállate.
Alzó la mano casi subconscientemente, buscando el botón para apagar ese sonido desastroso. En el primer intento falló: había tocado el charco de vómito que estaba sobre la mesa. En el segundo, hizo caer una botella de RebelMeek que, al impactar con el suelo, se rompió. De pronto escuchó un sonido en la parte de la sala; por un momento recordó la antigua intro de América Latina, cuando su única preocupación era ir al colegio.
En el tercer intento lo logró, pero ya abrumado por el sonido de la TV, decidió levantarse.
—Cállate —repitió.
Según los noticieros, el pronóstico de esta semana sería soleado, con ligera nubosidad en el sur del país. Mientras tanto, en el norte se reportaron tasas de nubosidad alta.
Antes de levantarse, se sentó sobre la cama, miró por la ventana del departamento hacia los vecinos. Uno ya estaba frente a su cama recién tendida, realizando estiramientos matutinos.
Lo miro por unos minutos y luego bajo la mirada a sus propias caderas hasta sus pies.
—Hm.
No podía decir más; la comparación de ambos tipos no tenía sentido, esa pequeña reacción demostraba que él se reía de sí mismo.
No conocía su nombre, pero era querido entre los vecinos por lo que había podido ver. Quizás suene poco envidioso.
La señora Marta, la del alquiler, se lleva bien con él. A veces pienso que tienen aventuras. Una vez, regresando del trabajo, los escuché platicar de algo que desearía que me pasara:
—Divirtámonos más seguido, cariño; esta vez tú ganas, me pagas el mes que viene.
Salía despeinada de la habitación, proyectando una sonrisa juguetona. Mientras bajaba las escaleras, empezaba a maquillarse y reajustaba sus prendas; yo estaba en la puerta de mi departamento, buscando mis llaves. Ya empezaba a creer que estaban perdidas.
Entonces escuché que recibió una llamada, escuché que recibió una llamada, respondió con un timbre de voz diferente; es como si hablara con su encantador amante y conmigo.
—Hola, mi amor, ya estoy camino. Estoy a punto de tomar el tren.
—......….
—¿Sabes? Es normal que una chica linda se tarde en alistarse.
—......….
—No te preocupes, mi vida, tengo todo lo que necesito. Bye.
Es lo único que recuerdo de ella.
Además de escuchar los mismos reclamos hacia mí todos los meses. En su rostro se notaba que hablar conmigo le resultaba asqueroso. No la culpo, aunque quizás yo fingiría una actitud positiva si sacara algún beneficio de ello.
Admito que no siempre pagaba puntualmente. Raras veces me atrasaba dos meses. A veces pasaba días sin cenar para llegar al monto de un mes.
En momentos críticos, no tomaba el transporte público; la caminata solitaria de 1 hora me parecía reconfortante cuando terminaba un día desalentador. Me sentía mejor, pero llegaba a casa cansado.
Cumplía, pero sé que nunca tendría dinero suficiente para pagar 2 meses.