Cherreads

Chapter 8 - Papi número 3

Corrí. Corrí tan lejos como me permitieron mis piernas... y un poco más. Mis pulmones ardían, mi respiración era un caos y el corazón latía como si quisiera reventar mi pecho. No, no era por amor ni nada cursi como eso. Era por el maldito esfuerzo físico. ¿Acaso alguien cree que soy un super humano?

—¡Pobre Raphtylf, lo dejaste plantado en el altar! —exclamó una voz exageradamente dramática en mi cabeza, cargada de una teatralidad que bien podría ganar un premio.

Solté un gruñido. Mis pasos se detuvieron al fin, más por agotamiento que por voluntad, y me dejé caer de rodillas sobre el suelo agrietado. El lugar era... extraño. No se oía nada. Nada. Mis gritos, hace apenas unos segundos, fueron lo único que rompió aquel silencio sepulcral. Uno pensaría que el infierno sería una mezcla de gritos, penumbra y heavy metal a todo volumen, pero no. Este infierno estaba... callado. Y eso era más perturbador que cualquier tortura imaginada.

Aunque bueno, tenía asuntos más importantes de los que preocuparme.

—¡No me vengas con mierdas! —rugí, clavando los dedos en la tierra negra—. ¡¿Por qué no me ayudaste por una vez?!

—Lo hice —respondió esa maldita voz en mi cabeza, como si la respuesta fuera la cosa más lógica del mundo—. Te conseguí una pareja. De nada, maldito malagradecido.

Casi escupí del enojo.

—¡¿Y las chicas?! —remarqué la palabra con toda la furia acumulada—. ¡¿Dónde están las demonios sexis de las que hablaste?!

—Por ahí —respondió con una indiferencia tan obvia que dolía—. Y los héroes que toman sus responsabilidades... también.

Me dejé caer de espaldas, mirando un cielo que no tenía ni estrellas ni luna, solo una negrura infinita. Maldito sistema. Maldita boda. Maldito infierno.

—¡No, no, no! —negué con ambas manos alzadas como si eso fuera a salvarme—. ¡No intentes hacerme parecer el culpable aquí!

—Dije héroes —respondió con esa voz burlona que ya se me hacía insoportable—, no perras.

Abrí la boca para replicar, pero un sonido repentino me interrumpió. Apenas perceptible al principio... como un cascabel. ¿Un cascabel? Era tan ridículo, tan fuera de lugar, que simplemente lo ignoré. Seguro era una ilusión más de este lugar infernal.

—Pobre de mí... —murmuré, con un nudo atascado en la garganta—. Tenía la esperanza de salir del infierno al lado de una hermosa chica... pero terminaré con un demonio sexy y...

Una fuerza invisible me golpeó la cabeza con tanta violencia que mis pensamientos se descarrilaron. Di un paso atrás, llevándome una mano al cráneo mientras corregía a duras penas:

—...¡con las manos vacías!

—Interesantes tus gustos —comentó con descaro—. En fin, ¿dónde estamos?

Fruncí el ceño y miré a mi alrededor. El lugar seguía igual de extraño, aunque ahora el eco del cascabel parecía más cercano. Caminé un poco hasta quedar frente a la ventana flotante del sistema, aquella interfaz etérea que se desplegaba en el aire. Deslicé los dedos por ella con torpeza, esperando encontrar algo útil.

—Veamos... —murmuré mientras buscaba alguna opción de mapa o localización.

—¡No me toques, degenerado! —chilló con horror exagerado.

—...Estoy buscando un mapa —espeté, ya sin ánimos para disimular el fastidio.

—Y yo una persona competente.

Suspiré profundamente, apretando los dientes. Aquello se volvía cada vez más absurdo.

—¿En serio no tienes uno?! ¡Entonces regresa el tiempo otra vez!

—¿Quién crees que soy? —respondió con tono sarcástico—. No soy tu esclavo.

—¡Entonces solo estás aquí para joderme?! —grité, más frustrado que nunca.

—Sí —admitió sin siquiera dudar.

Y así, con la paciencia desgastada y la dignidad hecha trizas, me pregunté si de verdad había algo peor que estar atrapado en el infierno. Spoiler: sí lo hay. Y se llama Sistema.

Me quedé en silencio.

Demasiada sinceridad. Esa simple palabra, "sí", cargada de tanto veneno directo... y al mismo tiempo, por algún motivo retorcido, sentí cierto alivio. Creo. ¿Era eso lo que sentía?

—¿Y ahora qué hacemos...? —murmuré sin mucho ánimo, dejando que el silencio regresara.

Pero no duró demasiado.

Un sonido se deslizó por el aire. No caminaba ni retumbaba, simplemente... se arrastraba. Lento. Ligero. Y mortal. ¿Crees que exagero? Mira los otros capítulos. Aquí no hay nada normal.

—¿Qué es eso que escucho? —preguntó esa voz incorpórea, como si no fuera ella misma parte del infierno—. ¿Quieres una misión?

—Ay, por favor... —me quejé, bajando la cabeza con el peso de una existencia torturada—. Dame un respiro. Un capítulo, solo uno. ¡Un mísero capítulo sin misiones!

Sentí algo leve. Un pequeño peso descendiendo lentamente por mi increíble armadura, como si una gota viva se aferrara a mí con curiosidad. Fruncí el ceño. Algo no iba bien.

Hubo un silencio incómodo. El sistema tardó más de lo habitual en responder. Si tuviera ojos, estaba seguro de que los habría abierto de par en par.

—¿Una misión...? —repitió con tono confundido, casi perplejo—. Lo que veo es demasiado extraño... incluso para mí. Bueno, medio extraño. Yuzato, ¿qué te parece si... te doy la penalización anterior ahora?

—¿¡Quién en su sano juicio se castraría por voluntad propia?! —reaccioné de inmediato, retrocediendo medio paso sin siquiera pensarlo.

—Papi...

Una voz aguda y pequeña emergió desde la nada. Me quedé paralizado.

—¿Qué...? ¿Cómo me dijiste, system? Soy hermoso, sí, pero no me gusta ese tono...

—¿Para qué vinieron los héroes al infierno? —preguntó el sistema con una seriedad extraña, como si tratara de evadir lo que acababa de escuchar.

—A hacer lo que mejor saben hacer —murmuré. Pero antes de poder decir algo más, mi cuerpo entero se estremeció.

—Papi... Papi número tres...

Una sonrisa. Pero no cualquiera. Una tan grande que no parecía posible en una criatura viva. Tan brillante que la oscuridad del infierno retrocedió por puro reflejo. Literalmente. Una maldita sonrisa que iluminó parte del infierno.

—Na...da... —balbuceé, cegado por el destello. Por un instante, pensé que algo había explotado. Pero no. Era peor.

—¡Ay, mis ojos! —me cubrí la cara con ambas manos, tambaleándome hacia atrás—. ¡¿Qué mierda haces, system?!

—Yu... Yuza... —la voz sonaba temblorosa, casi como si se congelara—. Cállate...

Un zumbido de error, seguido por estática, me atravesó la cabeza como una interferencia mental.

—¡No me vengas con tonterías! ¡¿Qué carajos está pasando?! —grité, aún incapaz de ver bien. La luz se desvanecía poco a poco, pero el eco de esa voz seguía allí, insistente, llamándome "papi número tres".

Y me negaba a ponerle atención.

¿Por miedo a la responsabilidad? Por supuesto.

¿Pero también porque estábamos en el jodido infierno? Absolutamente.

—Papi número tres...

Finalmente, abrí los ojos.

Y lo vi.

Un mocoso, un niño pequeño, trepaba por mi armadura con una agilidad absurda. En cuestión de segundos se plantó frente a mi cara, mirándome como si me conociera de toda la vida.

—Tú... ¿Quién eres...? —pregunté en voz baja, sin poder apartar la vista de sus ojos.

Y es que... sus ojos. Maldita sea, eran hermosos. De esos que te dejan sin aliento. ¿Recuerdas la cosa más hermosa que hayas visto en tu vida? No importa. En ese momento, estoy completamente seguro de que estaba mirando la galaxia más hermosa que existe. Creo que incluso veía mi futuro en ellos. Y no me gustaba lo que insinuaban.

El mocoso sonrió.

Y agitó su sonajero con fuerza.

Trac, trac, trac.

Lo sostuve con cuidado, tratando de no aplastarlo ni provocarlo más de lo necesario. Era tan pequeño… tan inocente. Movía su sonajero con esa gracia pura y despreocupada que sólo tienen los niños. Y por un momento, solo por un momento, pensé: ah… quizás el infierno también tiene cosas hermosas.

Y entonces… estalló.

Pequeñas partículas de luz salieron del sonajero, como si fueran estrellas nacientes. Brillaban, danzaban en el aire como polvo celestial... hasta que una de ellas tocó el suelo detrás de mí.

BOOM.

Un cráter. Enorme. Fumé instantáneamente el temblor del suelo bajo mis pies. Me paralicé. Mi cuerpo no temblaba, ni un milímetro… no porque fuera valiente, sino porque el miedo me había congelado. Mis pies eran lo único que me mantenía firme al borde de ese abismo recién creado.

Volteé lentamente. Un hueco gigantesco se abría justo detrás de mí, tan profundo que no alcanzaba a ver su final. Estaba aterrado. Lo admito sin orgullo. Esto, esto *sí* me dio miedo.

La criatura en mis brazos comenzó a reír.

Esa risa... maldita sea, era la cosa más pura y la más aterradora al mismo tiempo. Cerraba los ojos mientras reía, como si acabara de hacer la travesura más adorable del mundo.

—System... system... —mi voz apenas salió. Estaba temblando—. Ay Dios... por favor dime qué hacer...

Un chasquido de interferencia respondió. Está… "corrupto", por decirlo de una forma simple.

—Su... —la voz fallaba, como una radio rota—. Su...

—¿¡Su qué?! —grité con desesperación—. ¡Acepto cualquier misión! ¡Pero quítame esta cosa!

—¡SU...SUÉLTALO!

Por fin. Esa voz maldita tuvo la voluntad suficiente para formar una oración completa. Pero eso no me tranquilizó en absoluto.

—¿¡Y qué después, eh?! —grité, a punto de perder el control—. ¡¿Y después qué?! ¡Estoy muerto de miedo! ¡Y este mocoso se está riendo! ¡Míralo bien! ¡Es un bebé! ¡Un bebé demonio! ¡Poderoso! ¡Hijo de...!

Una presencia emergió del cielo, como si descendiera en cámara lenta. Alas se abrieron con majestuosidad sobre el cráter recién nacido. Y en medio de ellas, una figura se acercó, abrazándome por detrás. Brazos fuertes, cálidos, pasaron por mi pecho y mi cintura con una suavidad desconcertante.

—Suerte en sobrevivir...

—¡¿Ahora tú?! —grité mientras giraba apenas el rostro. ¡¿Pero qué clase de maldito desfile es este?!

El mocoso, aún riendo, alzó su cabecita y observó al recién llegado con curiosidad. Soltó su sonajero, que cayó al suelo sin hacer ruido. Estiró su manita hacia esa figura, como si quisiera jugar.

—¿Es tu hijo? —solté rápidamente, en un intento de quitarme toda responsabilidad—. ¡Te lo regalo si no lo es!

—No, no lo es —respondió con calma, acercando su mano a la del niño—. De hecho, este bebé es...

Tomó su pequeña mano con delicadeza.

Y el mocoso lo sacudió como si fuera un juguete. ¡Un maldito sonajero humano! Lo sacudía con fuerza, riendo con una inocencia tan genuina que me costaba muchísimo odiarlo.

Cuando por fin lo soltó, el otro cayó como un saco de papas dentro del cráter. El impacto fue brutal, seco, definitivo. Por un segundo creí que no saldría de ahí.

Pero emergió. Sacudiéndose el polvo con una mano aún funcional. El otro brazo… estaba colgando, torcido, grotesco. Y con total naturalidad, lo tomó y lo reacomodó.

Crack.

Nada, en serio, nada bonito en ese sonido.

—Es el bebé cósmico destinado a destruir el universo y llevarlo a conocer el mismo infierno.

Mi boca se abrió. Me quedé sin palabras. Todo mi ser temblaba, y no sabía si gritar o echarme a llorar.

—Y-y-y-y... —balbuceé, al borde del colapso—. ¡¿Y qué hago ahora?!

Llevó su mano recién recompuesta a la mejilla, como si acabara de recordar algo hermoso. Se sonrojó, y hasta empezó a babear.

—Arrástrate... —dijo con una dulzura que helaba la sangre—. Y pídele perdón. Expía tus pecados. Ahora mismo.

—Bebé… bebé… —cambié el tono, rápido, como si con eso pudiera salvarme—. Señor soberano del infierno… por favor, perdone a este idiota que tiene el descaro de sostenerlo. Permítame seguir bendiciendo este lugar con mi estilo único, inigualable, hermoso… y mejor olvidemos este pequeño inconveniente, ¿sí?

Justo en ese momento, algo chisporroteó a mi lado. Interferencias, estática… y una presencia conocida comenzó a estabilizarse. Su voz sonó más clara, más firme, más condenadamente mandona.

—¡DALE VUELTA, YUZATO!

No entendí. Ni pregunté. Solo obedecí.

—¡Sí, señor! —grité con el alma en la garganta, y con manos temblorosas puse al bebé… de cabeza.

—¡Así no, bestia!

—¡PERDÓN! —casi llorando, giré al crío en otra dirección, asegurándome de que no estuviera viéndome.

En ese momento, el pequeño frunció el ceño. Una mano se apoyó sobre su diminuto estómago. Lo siguiente fue… un eructo.

Un. Simple. Eructo.

Mis ojos se abrieron más, si es que eso era posible. Oye, lector, si has llegado hasta aquí, te invito a imaginarme todo este capítulo con los ojos completamente desorbitados. Porque sí. El bebé eructó. Y sí, eso debería ser normal.

Pero… ¿¡entonces por qué demonios destruyó una montaña entera con eso!?

Una maldita cordillera… pulverizada.

El sonido de alas al plegarse fue seguido por una voz suave, casi maternal.

—Hazlo que termine de eruptar.

—¿¡QUÉ!? —grité, casi escupiendo los pulmones—. ¡¿QUIERES QUE SIGA HACIÉNDOLO ERUCTAR!?

Pero no tuve tiempo para negarme. Con el bebé aún en brazos —y con un miedo tan profundo que juraba que mi alma ya se había ido— comencé a subirlo y bajarlo. Una… dos… tres veces.

Cada eructo era como un anuncio apocalíptico. Una caverna colapsó. Un río de lava cambió de curso. Una torre demoníaca se deshizo como si estuviera hecha de arena.

—¿Quieres cambiar? —pregunté con desesperación, volviendo la vista hacia la figura alada, con la esperanza de que tomara al bebé de una vez.

—No tienes la fuerza para ponerme de cabeza, cariño…

—¡No me refería a eso! —sollocé—. ¡Quiero decir si quieres ser tú el padre!

—¿Ah? —la expresión cambió. Una sonrisa lenta, peligrosa, sedienta—. ¿Así que tú quieres ser la mujer de la relación? Veo que vas directo al grano…

—¡¡NO ES ESO!! —pero un pequeño sonido me interrumpió. Una risa aguda, suave. Como un tintineo.

Y en cuanto la escuché… me congelé.

—¡No estoy jugando! —exclamé, asustado.

—Es el niño —murmuró el otro con una tranquilidad que me rompía los nervios.

—¡ESTOY JUGANDO! —me corregí al instante. Rápido. Desesperado. Como si fuera lo más importante que haya dicho en mi vida.

El bebé rió. Abrió los brazos con una sonrisa luminosa y gritó con toda la energía cósmica posible:

—¡Papi número 3!

Y en ese momento… entendí que el infierno, en realidad, apenas comenzaba.

—¿¡Sí!? —respondí sin pensarlo, como si eso fuera a detener una bomba nuclear.

—Cárgalo bien, Yuzato. —La voz metálica sonó con una calma sospechosa—. Quién sabe qué pasará si vomita.

No necesitaba más motivación. Lo acomodé con el máximo cuidado posible, como si se tratara de un artefacto divino con el poder de reescribir la existencia. Por fin lo sostuve en una posición normal, sin invertir el eje del universo ni nada por el estilo.

—¿Qué necesitas, campeón?

Se acurrucó contra mi pecho.

Sí. Así, como si todo lo anterior no hubiese pasado. Como si no hubiera eructado un volcán fuera del mapa hace apenas unos minutos.

Cerró sus ojitos, y con una ternura imposible de asimilar en este lugar maldito, se quedó dormido.

—¿Y ahora qué hago? —pregunté, casi en susurro.

—Hacerte cargo, ¿no?

—No, no, imposible —negué, acercando lentamente al bebé hacia esa figura alada con la esperanza de que lo tomara—. Mejor que lo haga su raza.

—Imagínate cuánto nos importa ese bebé a nosotros los demonios. Hace rato el infierno se iluminó como si fuera mediodía, este cráter se abrió, montañas lejanas desaparecieron… y casi se forma un agujero negro en el cielo.

—¿¡Un qué!?

—Ese último fue broma —rió levemente—. Pero, ¿quién dice que no es capaz de hacerlo? Míralo. Pequeño, sí, pero letal. Hasta los demonios le temen.

—Yuzato… —intervino la voz de siempre—. Te jodes.

—¿¡Y qué culpa tengo yo!?

—Pues… eres su papi número tres.

—¡¿Papi número qué!?

—Felicidades —dijeron ambos al unísono, con una sincronía tan molesta que casi les lanzo al bebé solo por despecho.

—¿Por qué a mí…?

—Bueno, si te aburres —dijo la voz con una chispa de burla—, mira lo que tengo.

Un panel invisible apareció ante mí, flotando como una burla cósmica:

---

MISIÓN: ESTRELLA DEL INFIERNO

Objetivo principal: ¡DERROTA AL REY EN SU CAMPO!

Objetivo secundario: ¡CONSIGUE SU RECONOCIMIENTO!

Penalización por fracaso:

1. ¡ADIÓS, PIERNAS!

2. PAPÁ A TIEMPO COMPLETO

---

—¡¿No dijiste que no habría misiones hoy?! —grité mientras el bebé dormía tranquilamente en mi pecho—. ¡¿Y qué es eso de "derrota al rey"?! ¡¿Aquí también hay uno de esos inútiles?!

—¿Con quién hablas? —preguntó Raphtylf con una ceja arqueada.

—Con mi conciencia. Estúpida, molesta y sadista conciencia.

—Al menos eres sincero. Y por tu pregunta… —levantó la mano, mostrando toda la palma abierta frente a mis ojos—. Hay cinco reyes del infierno.

Cinco.

Cinco jefes. Cinco condenas. Cinco misiones imposibles.

Y yo… era papi número tres.

—¿¡Qué!? ¡Tú eres uno de ellos, ¿verdad?!

—No —respondió con esa sonrisa suya que me hacía sospechar aún más—. Mi padre lo es. Yo solo soy un príncipe.

—Genial... ¿Y dónde encuentro a otro? Mejor dicho, ¿cómo hago para NO encontrarme a uno?

—Oh, ¿tanto quieres poner en riesgo tu vida? Qué casualidad… —señaló con calma hacia un lado—. Hay uno cerca.

Tragué saliva.

—¿Está aquí? —moví la cabeza lentamente, esperando ver una figura demoníaca con corona y capa.

—No, por ese camino. Encontraremos su castillo… algo extravagante, por decirlo así.

—¿Es fuerte?

—Todos los reyes son fuertes.

—Ay… —me quejé, como un niño al que le acaban de anunciar una vacuna doble.

—Aunque… tal vez tengas una oportunidad.

Me aferré a esas palabras como si fueran oxígeno.

—¿En serio?! ¡¿Acaso...?! —miré al bebé en mis brazos—. ¿Con esta cosa?!

—No te obedece y quieres usarlo como arma? —intervino el system con tono ácido.

—Está durmiendo la siesta —añadió Raphtylf, negando con la cabeza—. En serio, ¿eres capaz de usar a un bebé como arma? Qué patético, cariño. Pero así te amo.

Casi se me cae.

—Hablo de que el rey acepta dos desafíos en específico: uno es la Batalla del Sonido… y el otro, la Batalla de las Tinieblas.

—¿Y dices que tengo oportunidad?

—Del uno al cien… un tres. Buen número para ser tú.

—Oye… —miré al system—. A ratos habla como tú.

—¿Bien, nos vamos? —preguntó, ya girándose con total normalidad.

—¿Tú vienes?

—Será interesante apoyarte.

—¿Cuidarás al bebé?

—Solo si es necesario.

Y sin más, empezó a caminar en dirección al supuesto castillo del rey. Yo me giré al system con desesperación.

—¿Tienes algo para cargar a este niño?

Como si hubiera leído mi mente —que claramente sí lo hace—, un portal se abrió frente a mí. Lo vi brillar como si los cielos hubieran escuchado mi plegaria.

—¡Por fin nos entendemos! ¡Inventario desbloqueado! —dije con emoción, y cuidadosamente introduje al bebé en el portal. Lo solté...

El portal desapareció.

El bebé comenzó a caer al vacío.

—¡¿¡QUÉ CARAJOS TE PASA!?! —grité mientras me lanzaba de golpe para atraparlo antes de que desapareciera en las profundidades del código infernal. Por suerte, lo atrapé. Por desgracia, lo atrapé.

—Tienes dos manos —respondió el system con tono burlón—. En la Tierra existen las "mochilas". No seas vago y carga tu equipaje.

—¿¡Y por qué no ayudas!?

Ignorándome por completo, su voz cambió como si presentara un viejo programa de televisión:

—Y con este capítulo, apreciado público, ¡por fin presentamos al bebé cósmico demoníaco! ¡Sí, el mismo que adorna nuestra portada junto al inútil que llamamos protagonista y el grandioso Ultra Super Omega Plus System! ¿Será Yuzato capaz de derrotar al rey? ¡Lo más probable es que no!

Me quedé mirando al bebé en mis brazos.

—¿Este es el bebé de la portada…? —pregunté con incredulidad—. ¿¡En serio tardamos ocho capítulos en presentarlo!?

More Chapters