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Chapter 8 - Chapter 8 – The Confirmation of the Betrayal

Helen dejó caer los brazos a los costados, como si la última gota de esperanza se le hubiera escapado entre los dedos. Su cuerpo estaba tenso, con el pecho apretado por la mezcla de ira y dolor. Miró a Alex con profunda tristeza, como si lo viera por última vez. Su voz, antes suave y llena de cariño, se convirtió en un susurro agudo, como un cuchillo directo al pecho.

—Lo di todo por ti… por nuestra familia. ¿Y así me lo pagas? —preguntó, con palabras cargadas de dolor y traición.

El silencio se alzó entre ellos, denso, pero la intensidad de su mirada fue más que suficiente para mostrar lo que sentía.

Alex levantó lentamente la cabeza, con los ojos rojos de vergüenza y culpa. El peso de la situación parecía haberle privado de la capacidad de moverse con fluidez. Su rostro estaba marcado por la angustia, la culpa se reflejaba en cada pliegue de su piel.

—Helen … —dijo con voz temblorosa, como si cada palabra fuera un suspiro de desesperación.

Quería acercarse, pero sabía que la distancia emocional entre ellos era mucho mayor que el espacio físico que los separaba.

—No . —Dio un paso atrás, como si su cercanía la quemara. Con la espalda erguida, el rostro contorsionado en una mueca de desprecio, sus ojos lo observaban con una frialdad desconocida, como si ya no fuera el hombre que una vez amó—. No te atrevas a decir mi nombre. No después de esto.

Las palabras de Helen quedaron suspendidas en el aire, agudas y profundas, dejando una herida abierta que ni siquiera el tiempo pudo sanar. El amor que una vez los unió pareció desmoronarse en mil pedazos, destrozado en el suelo como el cristal roto de la pantalla del teléfono que había visto horas antes. Todo lo que habían sido se desvaneció con el sonido de esa última palabra: «No».

Alex, incapaz de soportar el peso de su culpa, cayó de rodillas ante ella. Con el rostro marcado por el arrepentimiento y la desesperación, sus manos temblorosas buscaron contacto, pero ella lo rechazó, alejándose aún más. Sus ojos vidriosos reflejaban la impotencia de un hombre que ya no sabía cómo recuperar lo perdido. Sus labios temblaban, pero pronunciar las palabras era más difícil que nunca.

—Por favor, Helen… —su voz se quebró, desgarrada—. Fue un error. No sé qué estaba pensando. ¡Te juro que no volverá a pasar!

Helen soltó una risa amarga, sin humor, como una explosión de dolor que le brotaba del pecho. La risa se apagó rápidamente, dejándola sin aliento, con la garganta ahogada por lágrimas que no paraban de caer.

—¿Un error, Alex? —susurró, las palabras ahogadas por los sollozos. Cada sílaba era una puñalada en el corazón—. Un error es olvidar una cita importante, llegar tarde a cenar, no llevar flores cuando prometiste… ¿Pero engañar a tu esposa? ¿Acostarse con otra mujer? ¿Eso es un error?

Cerró los ojos con fuerza, como si cada una de sus palabras lo atravesara como puñales afilados. La verdad era un veneno del que no podía escapar.

—Yo … estaba confundido… —dijo, pero la justificación sonó vacía, hueca. Como si buscara algo que lo exculpara, que le aliviara la carga, pero no encontró nada.

—¡Ni se te ocurra decirme eso! —interrumpió con voz temblorosa, pero llena de rabia—. ¿Sabes qué me duele más? Que te haya esperado. Que haya planeado esta noche para ti. Que nuestro hijo se haya dormido preguntando por su padre… ¡Y tú estabas con ella!

Las palabras brotaron de sus labios como un torrente, y Alex agachó la cabeza, como si ya no pudiera soportarlo más. Su cuerpo se estremeció de remordimiento, pero no sabía cómo arreglar lo irreparable.

—Dame una oportunidad, Helen... por favor. Déjame demostrarte que puedo arreglar esto. No quiero perderte. Despediré a Natalie. No la volveré a ver. Lo juro.

Helen sintió un nudo en la garganta, algo indefinible. Lo odiaba, lo despreciaba con toda su alma, pero una pequeña parte de ella —la que aún lo amaba— tembló ante su súplica. La lucha interna la destrozó, pero no tuvo fuerzas para responder de inmediato. No sabía qué decir, no sabía cómo seguir adelante después de todo esto.

El silencio se prolongó interminablemente entre ellos. La distancia emocional que había crecido con cada mentira y traición ahora parecía insalvable, pero allí estaban, juntos en ese pequeño espacio, contemplando un futuro incierto.

Helen cerró los ojos un segundo, sintiendo el peso de la decisión que debía tomar. Pero cuando los abrió de nuevo, Alex ya no era el hombre que una vez había amado.

Finalmente, respiró con dificultad, como si cada inhalación le costara el doble. Sintió una opresión en el pecho y sus palabras salieron temblorosas, como si intentara contenerlas, pero no pudiera.

—No puedo hacer esto ahora… —susurró, su voz apenas audible, como si temiera que al hablar, algo más dentro de ella se rompiera— No quiero verte.

Alex, con el rostro impregnado de vergüenza y tristeza, asintió lentamente. No hubo palabras que pudieran calmar la tormenta que se arremolinaba entre ellos, pero su silencio fue más elocuente que cualquier disculpa que pudiera haber pronunciado.

—Me mudaré a la habitación de invitados —dijo con voz monótona, como si cada palabra le doliera más que la anterior—. Pero no me rendiré, Helen. Voy a luchar por ti.

Helen lo miró, pero sus ojos ya no eran los mismos. La mujer que una vez confió ciegamente en su amor se había ido. En su lugar estaba alguien que había sido golpeado por la más dolorosa realidad. Alex seguía allí, pero algo fundamental entre ellos se había roto irreparablemente.

Cerró los ojos, incapaz de soportar más su presencia. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, lentas pero constantes, como si el dolor finalmente se estuviera desbordando, cayendo sin control. No dijo nada más. No había palabras que pudieran expresar todo lo que sentía en ese momento. Porque en el fondo, temía que ya nada pudiera salvarlas.

Alex se giró lentamente; sus pasos pesados ​​y vacíos resonaron por el pasillo. Al abrir la puerta de la habitación de invitados, el crujido de la madera fue lo único que rompió el silencio de la casa, un silencio profundo como un vacío.

Helen permaneció de pie, con un dolor punzante en el pecho, tan confundida que no sabía si llorar o gritar. Al final, lo único que pudo hacer fue quedarse allí, atrapada en la quietud de una realidad que ya no reconocía.

Cuando la puerta se cerró suavemente, el eco de su sonido resonó en sus oídos como una frase final.

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