El ambiente en la sala era denso, cargado de una tensión apenas disimulada. Aunque todos guardaban silencio, podía sentir las miradas furtivas, la impaciencia mal contenida. Como era de esperarse, mis tíos y primos estaban allí, fingiendo una tristeza que claramente no sentían.
Tomé asiento en una de las sillas junto a la larga mesa, manteniéndome en silencio. No tenía verdadero interés en lo que estaba por ocurrir, pero sabía que no podía simplemente marcharme.
El abogado de mi abuelo, un hombre de mediana edad con gafas delgadas y una expresión imperturbable, se puso de pie y carraspeó ligeramente para captar la atención de todos.
—Antes de comenzar, deseo recordarles que este documento representa la última voluntad del señor Hiroshi Kiryuu —dijo con voz firme, sin titubeos—. Les ruego que, sin importar lo que escuchen, respeten su decisión y mantengan la compostura.
Hubo un murmullo leve, como un susurro de olas chocando contra una roca. Pero nadie objetó.
El abogado tomó un sobre sellado, lo abrió con sumo cuidado y comenzó a leer:
—“A mi querida hija, quien ha sido mi mayor orgullo y alegría, le dejo la mitad de todos mis bienes y propiedades. Que este legado le otorgue estabilidad y la fuerza para seguir adelante con determinación y dignidad.”
De reojo, vi cómo mi tía bajaba la cabeza. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas, pero su expresión era serena. Ella había sido la más cercana a él… y sin duda, quien más sufrió su pérdida.
—“A mis hijos, Kenji y Takeshi, quienes eligieron su propio camino, les dejo la otra mitad de mi fortuna. Confío en que sabrán usarla con sabiduría.”
Ambos intercambiaron miradas discretas y sonrisas casi imperceptibles. Para ellos, esto era una simple formalidad; un trámite para confirmar lo que ya daban por hecho.
—“A mis nietos que llevan el apellido Kiryuu, les dejo una parte equitativa destinada a su crecimiento y futuro. Que este legado les ayude a forjar su propio destino.”
Mis primos respiraron con alivio. Para ellos, esto era sólo una confirmación de su rol en el linaje. Un derecho adquirido, no un regalo apreciado.
Entonces, el abogado hizo una pausa.
—Finalmente —dijo, con un tono mucho más solemne—, respecto a mi nieto Haruki Kiryuu…
Varias miradas se posaron en mí. Burlonas, curiosas, vacías.
—“A Haruki, quien fue mi mayor preocupación… y también mi mayor esperanza, no le dejo riquezas ni propiedades de alto valor. En su lugar, le entrego los documentos de una antigua granja familiar en las afueras de Kioto. Esa tierra no tiene precio. Contiene recuerdos, lecciones… y un propósito que confío él sabrá descubrir cuando llegue el momento adecuado. Junto con ella, le dejo esta carta, escrita con todo mi cariño y mi fe en su futuro.”
El abogado sacó un sobre más pequeño, sellado con cuidado, y lo colocó frente a mí sobre la mesa.
El silencio que cayó fue absoluto.
Mis primos intercambiaron sonrisas. Mis tíos fruncieron el ceño, incrédulos. Para ellos, esto no era más que una humillación pública.
Yo… simplemente no sabía qué pensar.
¿Una granja?
¿De verdad creyó que eso era lo mejor para mí?
Tomé el sobre entre mis dedos. Estaba tibio… como si todavía llevara el calor de las manos de mi abuelo.
Entonces, sin previo aviso, la voz burlona de Kenji rompió el silencio:
—¿Una granja? ¿Eso es en serio?
—Parece una broma —se sumó Takeshi con un bufido—. Nosotros heredamos bienes, y él obtiene… tierra.
—Supongo que el abuelo se dio cuenta de lo inútil que eras y te dejó una carga en lugar de una herencia —se burló Hiroki, apenas conteniendo la risa.
Souta solo rió por lo bajo, murmurando algo entre dientes mientras revisaba su teléfono.
No respondí.
No porque sus palabras no me afectaran, sino porque… no lo merecían.
Mi tía, que hasta entonces se había mantenido en silencio, golpeó la mesa con fuerza.
—¡Ya basta! —gritó, su voz rota por la ira y la tristeza—. ¿Es que ninguno de ustedes tiene respeto? ¡Este era el deseo de mi padre!
Los presentes callaron, aunque las miradas de desprecio hacia mí no se desvanecieron.
El abogado cerró el testamento con un gesto medido.
—La lectura ha concluido. Si alguien desea impugnar los términos, puede hacerlo por los medios legales. Sin embargo, reitero: esta fue la voluntad definitiva del señor Hiroshi Kiryuu.
Kenji se encogió de hombros con una sonrisa arrogante.
—No hay nada que impugnar. Nosotros fuimos los favorecidos, después de todo.
Me quedé en mi sitio, en silencio, observando el sobre con la carta.
Mi abuelo me dejó una granja.
No dinero. No propiedades lujosas. Solo… una tierra lejana y una carta.
¿Esto era lo que él creía que yo necesitaba?
Respiré hondo y guardé la carta en el bolsillo de mi abrigo.
No sabía qué me deparaba.
Pero por alguna razón… sentí que ese momento era más un inicio que un final.