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Chapter 11 - "Where Power Falls Silent"

El hombre se libera en el momento en que abraza su anhelo de independencia; Sin embargo, la verdadera libertad sólo se alcanza cuando se conquista a sí mismo. La felicidad surge de la pureza de los propios pensamientos, y el conocimiento íntimo de uno mismo es la fuente ilimitada de sabiduría. Así, el que domina su mundo interior trasciende en grandeza, mucho más que el que conquista a mil adversarios en la batalla.

Eltrouhides, nublado por sus prejuicios, se vio relegado a ser el vigilante de lo que una vez habría sido el papel del gran profeta. Aceptando su vínculo con la sombra, permaneció en la sombra de Eohedon, sin pronunciar palabra.

Eohedonte, reconociendo en su destino las complejidades ligadas a la mente, le concedió el espacio que tanto deseaba. Y, como en una sátira de todos los actos sublimes, su viaje, guiado por la gracia divina, los condujo a una ciudad cuyo nombre les era extraño, pero cuya esencia les resultaba extrañamente familiar, como si el destino lo susurrara en sus almas.

El pulso de esa ciudad era un enigma que desafiaba la razón. Acostumbrado a la serenidad de la magia, Eohedon nunca había presenciado un caos tan absoluto, tan puro en su desorden, que pareciera despojar a sus habitantes de la existencia a cada momento que pasaba. La gente se movía frenéticamente, como si sus vidas se desmoronaran a ráfagas fugaces, y su prisa era el eco inevitable de quienes estaban atados por un propósito impuesto: una promesa hueca, una misiva ilusoria que nunca podría llenar los vacíos que los consumían.

Perplejo por aquella grotesca parodia del esfuerzo, Eohedon se movió entre la multitud. No lo hizo para hacer alarde de grandeza, sino porque su calma —un grito silencioso en medio del tumulto— se elevaba en contraste con la agitación que lo rodeaba. Pronto, entre murmullos y susurros, las voces comenzaron a desentrañar el misterio de su enigmática serenidad:

—¡Míralo! Tan tranquilo, tan crédulo e ignorante. —¿No conoce las reglas? —¿O es que no conoce el nombre de Reinlgeick? El que no acepta, el que manda está grabado en lo concreto...

Un escalofrío recorrió el aire, como un susurro que se desliza entre los adoquines, y después de una pausa llena de suspenso, una voz apenas audible rompió el silencio:

—¿O es... ¿Que no conoce el miedo?

Eohedon se detuvo. Las palabras parecían perforar el murmullo del viento, acariciando lo más profundo de su ser. Sin responder de inmediato, elevó la mirada a un cielo gris, espejo de la opresión que emanaba de las calles. La pregunta permanecía en su mente, ligera como un suspiro, pero con la fuerza de un torbellino: ¿Conoce el miedo? La duda, tejida con fragmentos de recuerdos y certezas, se desplegó ante él, recordándole que el miedo, esa fuerza oscura que una vez lo había tocado, ya no tenía el poder de dominar cuando se integraba con el conocimiento de uno mismo.

Pero la ciudad era otra bestia. Un monstruo sin rostro, alimentado por el desasosiego colectivo, cuyo aliento era el anhelo que emanaba del corazón de su pueblo. Eohedon lo comprendió de inmediato: aquí, el miedo no era un asunto individual, sino un espectro compartido, una maldición invisible que mantenía a todos encarcelados.

De repente, en medio del ruido, surgió una presencia que evocaba el instinto más puro de violencia. Con una voz que obligó a todos a prestar atención, se dirigió a Eohedón, haciendo que todas las miradas se volvieran hacia él con tembloroso reconocimiento:

—Tú eres él, Eohedón, aquel por quien Catalina aboga incesantemente y molesta a mi señor.

El tono, burlón y agresivo, era el típico de quienes se creen grandes, pero carecen de verdadero poder. Sin embargo, Eohedon permaneció impasible; Sus ojos fijos en la figura revelaban una serenidad imperturbable que descartaba la insustancialidad de su enemigo.

—Katherine. —dijo Eohedon con la frialdad de quien nombra una sombra que se desvanece en la locura del presente.

La figura, imponente con ropajes que buscaban imponer autoridad, mostraba en cada gesto una falsedad evidente. No se presentó ante Eohedon como alguien que temía, sino como alguien que se desvanece ante la mirada penetrante de Eohedon.

—No juegues con los hilos del destino, Eohedon —declaró la voz, áspera y venenosa, que ocultaba una inseguridad latente.

Eohedon, observing the crowd as they continued their frantic dance, turned his gaze toward the void of the city. His voice, soft but profound, resonated among the ancient stones:

—Is this your power?

Amidst applause and murmurs, a new figure emerged, a noble form radiating the confidence of those who wield power effortlessly. His presence, in contrast to the surrounding chaos, was an embodiment of authority that needed no proclamation: each step seemed to carry the weight of centuries of experience, and his gaze pierced through Eohedon with the intensity of a shared destiny.

Unlike his antagonist, this new being did not resort to empty threats or ostentation; in his eyes was a deep calm, a silent challenge to the violence and fear still ravaging the city. The essence of this man was a beacon amidst the darkness, proof that true power is wielded from the understanding and serenity of the soul.

Eohedon did not turn his gaze from the newcomer, recognizing in him the presence with which he must confront. The figure stopped before him in a silence laden with centuries of secrets and contained power:

—Eohedon... —The voice sounded not as a threat, but as a firm affirmation—. I see why Katherine clings to you and calls for your aid.

At that moment, the air grew heavy, and the city seemed to fade away, leaving only that encounter, like an underground river of shared consciousness. The man's voice, calm and steady, carried the softness of a placid river and the fierceness of a lion stalking in the shadows:

—Your journey has brought you here. The guide of destiny seems obvious: submit to me, and I shall give you the silence that the oceans long for.

The words vibrated in the silence, a challenge to Eohedon's will, who now found himself at the crossroads of his destiny. Between the echo of the past and the promise of the future, the final question arose in the air: Will Eohedon be willing to embrace a power that transforms him, or will he continue forging his path to true freedom?

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